lunes, 29 de octubre de 2007

VIDA Y MUERTE SOBRE EL ESCENARIO

Muere-T de Cristina Fernández; compañía Crisis TD/Teatre de l’Ull; intérpretes/bailarines: Cristina Fernández, María almudéver; Yessica Pons, Raquel botí, Juanjo Benavent, Josep Zapater, Noelia Pérez; coreografía: Cristina Fernández; dirección: Pep Ricart; espacio escénico: Assad Kassab; iluminación: Víctor Antón. Teatro Arniches, 26 de octubre.
En torno a la muerte y su vaciado de todo sentido trágico y finito se estructura esta pieza de teatro-danza, bajo la intención de superar toda clase de tabúes en una sociedad que la teme y esquiva por todas partes. A partir de cuadros coreográficos creados por la autora del espectáculo, Cristina Fernández, avanza un montaje que en su factura global se deja ver suficientemente pero que muestra un manifiesto desequilibrio entre el aspecto coreográfico y el dramatúrgico al quedar eslorado hacia el primero y no conseguir integrar tanto la acción dramática y la palabra en el escenario. Sugerentes son ciertos cuadros coreográficos y momentos concretos de tensión dramática bajo una dirección correcta en todo momento de Pep Ricart pero en ningún modo brillante por haber podido sacar más partido escénico al asunto que convoca el montaje, incluido una resolución escénica correcta pero no brillante. Muy destacable es la excepcional voz de la protagonista, en realidad comodín del espectáculo completo. Una propuesta, en definitiva, interesante pero a la que le falta brillo resolutivo bien que haya buen hacer sobre el escenario.

lunes, 17 de septiembre de 2007

XX MUESTRA DE TEATRO AMATEUR ALICANTE A ESCENA 2007

En el pistoletazo de salida de la temporada escénica alicantina, como cada año con la llegada de septiembre, parte el más madrugador de sus festivales, 'Alicante a Escena', que inyecta adrenalina a los contados escenarios de la ciudad.
En esta ocasión, las compañías seleccionadas fueron Clavos. Conservatorio Superior de Danza con su propuesta Clavando Clavos, un espectáculo de teatro-danza en el que pesa en exceso el trabajo de taller semejándose más de lo deseable a las pautas académicas desde las que parte bien que su resultado sea limpio, con corrección envidiable en un baile cuidado y sin que destaquen en especial bailarines-actores, sin embargo tiene en su haber una dicción correcta poco frecuente en bailarines de danza contemporánea. Trabajo sensible en el intento de plasmar la relación amorosa entre dos seres, pero que por falta de experiencia queda abocado a momentos de gran obviedad y exceso sin nada que decir y menos que contar. Pero con momentos puntuales intensos y de originalidad escénica, tal cual lo entendió el jurado entregándoles el Tercer Premio al Mejor Montaje.
<>Le siguió una malograda puesta en escena del Teatro Universitario Clásico por esta edición dedicada a la tragedia de Eurípides Ifigenia en Áulide, en dirección invitada de Charo Amador. Una puesta en escena limpia y sugerente pero sin la brillantez acostumbrada de sus excelentes resultados anteriores, con personajes estáticos, interpretaciones planas, y sin la menor fuerza de un texto carente de vida y credibilidad alguna, es decir, con una dirección pobrísima, sin el menor recurso dramático. Resultó todo demasiado plano, estático, sin expectativas ni conflictos, mal resuelto ante la ausencia de cualquier pauta actoral y mala dicción y en ningún momento el decir se llenó de la carnalidad de las situaciones. Es cierto que, como es habitual en el grupo, se sacó partido a las virtudes bailarinas y musicales de sus integrantes pero sin gran aprovechamiento escénico. Es éste un peligroso paso atrás de una compañía que, en un lustro, ha cosechado importantes éxitos estéticos y dramáticos con muy pocos recursos. La única actriz que destacó un tanto fue Ariana Martínez en su papel de Ifigenia.
<>De Alcoi, el Teatre Circ representó el texto de Ximo Llorens La lluna sobre el mar, en un duelo interpretativo entre Marcos Cantó y Enric M. Piera. Teatro de temática rabiosa y actualísima como el encuentro entre un argelino de raíces hispanas y un valenciano en el transbordador de la ruta Orán-Alicante, en medio del mar sincerándose sobre ambos mundos con aspectos realmente claves de nuestro tiempo pero que en su final se vuelven un tanto tópicos en su resolución. Una cuidada puesta en escena a la que le falta fondo sonoro que ubique, pero con una notable interpretación, bien que el valenciano de acento marroquí que interpreta el personaje argelino no resulta del todo entendible en el patio de butacas.
<><>Procedente de Elche, la Compañía Clásica de Comedias se atrevió con un Ibsen, el de Un enemigo del pueblo nada menos. Una puesta en escena que, sin ser brillante, se resuelve con corrección, pero que tiene momentos resolutivos excelentes como la asamblea utilizando el patio de butacas y parte de los palcos. Buen trabajo actoral de los protagonistas, aunque pesa en exceso la pautación escolar de Antonio Chinchilla, su director y protagonista; quizá un tanto más contenido y con mayor fuerza expresiva es la interpretación de Joan Fabrellas en el personaje de alcalde, y así lo entendió el jurado al concederle el Premio a la Mejor Interpretación Masculina, al tiempo que en este montaje recayó el 2º Premio a mejor obra. Lástima que el exceso de esquematismo de escuela y una pautación gestual excesivamente monótona por parte de su director lastre toda la propuesta.
<>La compañía de Torrevieja Marco Davó propuso El puesto, un texto de Fulgencio M. Lax excesivamente imitativo del Arrabal de Pic-Nic en campaña, a la zaga de una imitativa estética del absurdo entre Ionesco y Gila. El mayor problema con que se encuentra el montaje es precisamente el de un texto plano, sin avances sino los consabidos, que no levanta el vuelo ni ningún tipo de conflictos en ningún momento, que resulta tan esquemático como sus personajes, porque para ese viaje de pretender hacer un alegato a favor de la paz no hacían falta tales alforjas. Interesante resultó el trabajo de luces y la construcción de un espacio escénico que sin embargo el telón pintado de fondo pifiaba la iniciativa. Destacable la interpretación dual de los dos actores por su natural hacer y su pautado desarrollo, pero pudieran haber llegado más lejos acabando de estirar la situación propuesta a partir de una dirección que hubiera apostado por pasar a los personajes a través del clown.
<><>Por su parte, la compañía de El Campello Almadraba presentó a su cantera juvenil con una versión escénica firmada por Paco Sanguino de El enemigo de la clase de Nigel Williams (según programa apropiado indebidamente por el dramaturgo alicantino). Un montaje contextualizado en la violencia de las aulas y protagonizado precisamente por jóvenes adolescentes en excelente dirección de Gloria Sirvent. A través del mobiliario de los pupitres, Sirvent es capaz de generar espacios escénicos diversos, con atmósferas muy variadas en las que las luces juegan un papel importante. Si bien la presencia de 13 adolescentes actores obliga a una inevitable irregularidad actoral en la que no destaca nadie y se evidencia la falta de madera escénica en estos primerizos actores, el buen hacer resolutivo de situaciones y pautas dramáticas resuelve con suficiencia una obra que ya es un clásico de los escenarios valencianos. Así lo entendió el Premio del Público al ser la más votada, del mismo modo que (¡increíble coincidencia!) el del jurado que le otorgó el de Mejor montaje.
<>La compañía invitada para la clausura y entrega de Premios, fuera de concurso, fue Teatre Elisa con la representación del texto de Joan-Lluís Moreno Els díes de la nit, bajo dirección de Rafa Hernández. Un acercamiento delicado y sensible a la vejez y la desmemoria al final de la vida en un texto sin más pretensiones que mostrar naturalistamente la realidad en una pareja de ancianos abocados al final de sus vidas a una soledad palpable. Destaca una caracterización camaleónica de Tomás Mestre en un anciano desmemoriado a la que le hace réplica una Neus Agulló muy dotada para este tipo de papeles de corte naturalista. Una sencilla puesta en escena con una excelente interpretación dual en lo que es una pieza delicada pero a la que sin embargo no se le ha sacado todo el partido que debiera una dirección a la que le faltan pautas y tratamiento corporal de actores.
<><>Por su parte, reseñable es que el Premio Especial de esta edición recayera en el estudioso del teatro Jaume Lloret, exponente singular de investigador y husmeador de archivos históricos teatrales que ha reconstruido la historia de los últimos siglos del teatro alicantino como sin duda ninguna otra ciudad española tiene, todo un lujo que había de valorarse por el componente de testigo histórico para futuras generaciones. Toda una labor solitaria de largos años que ahora tiene su merecida recompensa pública por lo mucho que ha alumbrado la historia teatral de la ciudad.
<>El domingo se realizó el que comienza a formar parte de la muestra ‘Poemario,’ con un Teatro Arniches lleno para escuchar el recital musicado ofrecido por diversos actores y completado por el poeta órfico Juan Carlos Mestre, sin duda el mayor recitador de poesía propia del país, con su potente discurso ético y cívico entremezclado con el buen decir al tiempo que se acompañaba de su inseparable acordeón, una fiesta de la palabra dicha sin duda imposible de olvidar para quienes tuvieron la fortuna de asistir a la tremolosa palabra del poeta leonés. Una velada de las que suceden en contadas ocasiones por la entrega de todos los protagonistas participantes con sus voces acompañadas de una excelente pareja de música con guitarra y flauta que le iban a la zaga, bajo dirección del siempre riguroso Andrés Vinaches. Una muestra, pues, que se crece anualmente.
<><>Curioso resulta el hecho de que Alicante a Escena en los últimos años haya pasado desde un teatro casposo, acartonado e ingenuo representado por las Casas Regionales como fue lo típico hasta hace unos años, en favor de un teatro de repertorio e incluso contemporáneo, atrevido en sus propuestas con nuevos autores o autores prometedores firmando sus textos, incluso inmiscuyéndose el delicado mundo de la danza contemporánea, en lo que resulta una clara apuesta por los jóvenes que tienen ganas de abrirse camino en el difícil mundo del espectáculo teatral. En los últimos años llevamos asistiendo a la salida desde este evento de innovadores espectáculos que mezclan teatro-danza, o incluso experimentos escénicos en sus diversas vertientes nada propios de un evento de este tipo y que dicen mucho de las pocas posibilidades de divulgar lo creativo que posee la ciudad. No son pocos los pasos hacia adelante dados por Alicante a Escena en los últimos años, pero todavía falta el verdadero compromiso entre políticos-programadores de la provincia que le ofrezcan el impulso definitivo al ser capaces de hacer girar lo que sale avalado por un jurado cada vez más prestigiado de este singular concurso escénico. La anomalía teatral de la ciudad impide grandes alardes teatrales, pero el hambre escénico se ve compensado con compañías que muestran su quehacer venidas desde Torrevieja hasta Alcoi, y a las que les sigue fallando la gestión pública una vez más pues Alicante a Escena debería ser trampolín para quienes no tienen otras expectativas a lo largo de una temporada y a los que les refrenda un buen hacer bien que sea en el esquilmado sector no profesional. Espacio, pues, para la experimentación y para la consolidación de una profesión teatral, no deja de ser preocupante que continúen fallando programadores y políticos ante la desidia cotidiana de lo que es una labor de base de primer orden, cantera donde las haya que alimenta el teatro profesional. Sólo en el momento en que la cadena se complete con el trampolín que supondría la gira por la provincia de las compañías refrendadas por público y jurado de Alicante a Escena, podremos decir que el teatro alicantino habrá dejado de estar enfermo.

jueves, 21 de junio de 2007

El universo está en la noche

El universo está en la noche de Juan Carlos Mestre. Madrid: Editorial Casariego, 2006.
Juan Carlos Mestre es uno de los poetas más destacados del actual panorama poético español, bien que el club selecto de la oficialidad lírica le haya denegado el pan y la sal por no cantar al son que toca, como ocurre con un grupo de autores de muy diferentes tendencias, en realidad cuantas voces resultan fundamentales para (entender) nuestro tiempo. El caso de Juan Carlos Mestre es el de una poesía órfica y épica que hunde sus raíces en la tradición al tiempo que renueva formalmente el lenguaje.
El universo está en la noche es una cuidadísima y esmerada edición en la que Mestre versiona los mitos de la cosmogonía indígena precolombina azteca y maya engarzada certeramente dentro de una fidedigna reproducción de destacados códices de este pueblo indígena, trazando una dialéctica singular en el actual panorama poético (entre el pasado precolombino y su escritura presente). Culmina el proceso poético con unos acertados comentarios de Miguel Ángel Muñoz Sanjuán, editor literario del libro, para el lector curioso que quiera abundar en esa rica cosmogonía antigua y sacarle mayor partido al poema. Sin traicionar la vasta mitología precolombina, Mestre es fiel a su mundo onírico y surreal al que le aporta una mirada personal en una simbiosis más que cargada de aliento lírico, tanto en las metáforas que condensan aquel mundo desaparecido, en los periodos oracionales yuxtapuestos, en las reiteraciones como en una representación lírica de los elementos cosmogónicos. Reutiliza toda esa vastedad intertextual como flores, maíz, águilas, jade, jaguar... para uso propio sin desvirtuar el sentido originario; y ni que decir tiene que genera verdaderas joyas compositivas basadas en los cantos náhualts y mayas como el de la página 35 (“sólo vinimos a dormitar...”), el de la página 60 (“Los que pasamos frío...”), el de página 63 (“Sino bebía corazones...”) o el de la 126 (“Aunque fuera piedra preciosa”) por poner unos ejemplos. Mestre compone intrépidas imágenes surreales de nuestro tiempo pero con el aliciente de quedar adscritas al mundo originario del que surgen, reproduce (es decir, vuelve a componer) con tino certero el aliento poético elegíaco de la poesía náhualt en un ejercicio que se nos antoja singular en este presente del todo vale. Además, adobado con su particular visión plástica en la que el ojo lector engaza el poema.
Desde luego Mestre recupera algo tan necesario en el senil panorama poético presente como es el gusto por la poesía y el cantar frente a un contar bastardo cotidiano (bien que éste —frecuentemente— lo transforme en el otro de acuerdo con su cosmogonía originaria). Una poesía que recupera el sentido fundacional de la creación, muy necesaria para reubicarse en el actual y putrefacto panorama poético español precisamente porque se hace necesaria una refundación que deje las cosas en su sitio. Por eso los siguientes versos no dejan de aportar significatividad añadida en el momento en que es publicada esta joya poética: “Cuando dejas de cantar el pájaro burlón, el abismo es el destino de todos los que mueren” (26), perfecta concepción del canto náhualt de las culturas antiguas anteriores a Colón, pero acaso más necesaria que nunca en tiempos de bastardeo y sustitución del contar por el cantar en los más diversos discursos de nuestra realidad contemporánea, incluido y sobre todo el poético. O como en otro verso dice el poeta: “Soy el cantor, vengo de la casa de las delicadas mariposas. / [...] Sólo venimos a llenar un oficio en la tierra, oh amigos, / también yo he de irme cuando las flores mueran.” (41). A ver si se enteran capitostes poéticos actuales que eso lo cantó un poeta anterior a la llegada del hombre blanco a América pero sobre todo lo vuelve a cantar Mestre, en este presente de nuestro tiempo de palabras casquívanas y prescindibles, un poeta tembloroso que ya no (afortunadamente) emociona sino conmociona (como debe ser). Es pues que esta edición lujosa (por lujo material y por excepcional en nuestro panorama poético, al integrar imagen y palabra como pocas) está destinada a una función destacada para quien involucrado en las lides poéticas actuales deje de mirar para otro lado. Una joya para leer pausadamente y saborear como bien merece. Una placer inmenso, pues, lleno de sensualidad, sabiduría y recreación poético-histórica que irrumpe en éste nuestro tiempo para obligarnos a re-pensar el hecho poético.

XVII MOSTRA DE TEATRE D’ALCOI

(III)
El sábado 16, día de clausura de la Mostra, apenas pudimos ver los dos últimos espectáculos que pasamos a comentar.
Por su parte, Cabaret Cartagena firma el espectáculo de cabaret-circo La trouppe Malabó, ofrecido en el caluroso patio de la Plaça de Dins, con pretensiones ser servido a toda clase de públicos pero de una simplicidad apabullante, aburriendo al variado público allí congregado a pesar de la vistosidad de la vestimenta y de las pretensiones clownesca de un espectáculo que tiene mucho de ingenuidad y entretenimiento sin mayores gajes de oficio. ¡Qué triste no arrancar apenas risas unos clowns!
El broche final lo puso la alcoyana Sol Picó con su compañía de Danza que cerró la Mostra con el estreno de su nueva producción La prima de Chita, un alarde de creación a la altura de esta bailarina y coreógrafa. Tienta diferentes lenguajes escénicos, desde coreografías muy creativas, teatralidad escénica, una música originalísima y muy variada según los números. Si Tarzán de los monos pertenece a la creación de la era colonialista cuando llega a su fin, bajo el título de La prima de Chita Picó se plantea, vistas las cosas en la tierra, el colonialismo espacial de un nuevo planeta jugando con metáforas muy potentes de la huida hacia lo desconocido, con muchos puntos de irreverencia y onirismo en su viaje, humor ácido, irreverencia y sobre todo creación surreal desmedida en un espectáculo que, jugando en casa, se metió a sus paisanos y a gente del mundo del teatro en el bolsillo con su joven compañía de bailarines. Todo un alarde de creación que tiene a Barcelona como epicentro, para desgracia de la tierra que le vio nacer y crecerse como artista. Aun no siendo nadie profeta en su tierra, su prédica hoy tiene la referencia de ser ya una de las más creativas bailarinas del lenguaje corporal contemporáneo, aspecto que una vez más la cultura catalana ha comprendido perfectamente para hacer de ello su bandera. Y no de otro modo podría entenderse una producción que no para en recursos, incluído un singular títere gigante de gran belleza y expresividad en la coreografía final. Sol Picó vuelve a brillar con luz de genio propio en este nuevo espectáculo. Un derroche de imaginación puesto al servicio del lenguaje más contemporáneo del movimiento corporal.
El tradicional Premio de Teatro Ciutat d’Alcoi fallado durante esa noche de cierre recayó por esta edición en la autora catalana Marta Buchaca en una obra, Plastilina, que aborda la violencia en la sociedad actual.

lunes, 18 de junio de 2007

XVII MOSTRA DE TEATRE D’ALCOI (II)

La tercera jornada de la Mostra de Teatre d’Alcoi, viernes 15, congregó el estreno de —entre otras— L’infern de Marta producida por la compañía local La Dependent. Una obra firmada por el dramaturgo valenciano Pasqual Alapont que pretende abordar el asunto de los malos tratos entre parejas a través de una joven relación entre dos estudiantes, y cuya perspectiva es la idealización femenina del enamorado quedando atrapada en una red de sentimientos de los que no logra escapar. Puesta en escena efectista, práctica y resolutiva, en una interpretación correcta con actores ajenos a esta histórica compañía alcoyana, y dirección correcta pero discreta de esa gran directora que es Gemma Miralles. El autor del texto sigue descendiendo por esa vertiente elegida personalmente (sin necesidad alguna después de firmar otros clarividentes) de entrega a un teatro facilón, adolescente y consumista, con buenas dosis de sentimentalidad tópica para abordar un problema tan profundo en nuestras sociedades contemporáneas como es el de los malos tratos domésticos, quizá porque la simbiosis entre compañía y escritura le resulte ventajoso económicamente pero desde luego sin mayores pretensiones que las de llenar patios de butacas de estudiantes aborregados. No se puede negar la profesionalidad de una puesta en escena con ciertas dosis de buena armazón estructural y una también audaz composición estructural del texto, pero desde luego la ligereza de una comedia que acaba en tragedia, precisamente por su actualidad temática, no reporta más que superficial barniz social a una de las problemáticas de mayor preocupación en estos tiempos de violencias domésticas escondidas en las vidas cotidianas.
Por su parte, Ornitorincs pone en escena Mala ratxa. Glengarry Glenross de David Mamet, la sátira sobre el negocio inmobiliario que firmara en 1983 —por la que consiguiera el Pulitzer— y que tanto tiene en común con El Método Grömholm de nuestro Jordi Galcerán. En el escenario un duelo interpretativo de emblemáticos actores valenciano, el aliciente de ser dirigida por el actor Carles Sanjaime, y la propuesta de unos de los grandes de la dramaturgia contemporánea con un asunto de vital importancia y vigencia en nuestra sociedad: el ramplón mundo de los negocios y la inhumanidad condensada en personajes convertidos en villanos con tal de cumplir objetivos laborales, víctimas del sistema capitalista. Una propuesta espacial de Javier Quintanilla que, sin ser deslumbrante, es correcta, y a la que no se le saca todo el partido que debiera, una dirección actoral de Sanjaime también correcta pero excesivamente plana, sin sacar todo el partido que debiera a tan destacado elenco actoral, y que no acaba de entender la importancia impulsiva y rítmica de los ágiles diálogos del dramaturgo norteamericano. Así, vemos a un estupendo Pep Ricart muy metido en su papel con aspavientos y gestos que desvelan mucho más que sus parlamentos, a un Miguel Ángel Romo desarmado y disminuido de recursos en la tarea de construir a un jefe de oficina, a un Sanjaime interpretando a un vendedor muy seguro de sí mismo correcto, o a una Galotto también correcto, pero a una María Poquet actuando como policía en busca de pesquisas desarmada actoralmente sin estar a la altura de las circunstancias; cada quien componiéndoselas como puede sin unidad interpretativa. Sanjaime no saca todo el partido que debiera al espacio escénico y mantiene situaciones excesivamente estáticas sin resolución alguna. En cualquier caso, no deja de ser una gozada en los tiempos que corren ver sobre el escenario una obra de este cariz por su vigencia, y reconforta la sutilidad de los diálogos mametianos en una versión valencianizada que uno no tiene claro del todo su eficacia al confundir al espectador con terminología no asequible mientras en otras ocasiones sí se hace local la historia con ejemplos de la ramplona especulación urbanística de nuestra costa. Un montaje con claroscuros pero que no deja de mostrar la singular apuesta de esta joven compañía.
Por su parte, Germinal Producciones apuesta por la obra de Joe Penhall Unes veus. Una propuesta de la que cabe destacar sin duda una cuidadísima puesta en escena a partir de un espacio escénico desnudo con apenas utensilios a los que sacan un gran partido dramatúrgico, la proyección sobre fondo de paisajes creando ambientes interiores y exteriores excelentes, una luminotecnia precisa y un espacio escénico sobresaliente en suma. La interpretación actoral y dirección de actores por parte de Marta Angelat es excelente. Sin embargo el texto resulta demasiado hinchado y demorado para una trama ágil y con perfecto ritmo pero que llega a cansar al espectador. La historia de cinco personajes con sus problemas cotidianos y sombras, con el trasfondo de la enfermedad mental como abismo al que nuestras sociedades están abocadas es un tanto confusa por la cantidad de ingredientes que condensan sin acabar el espectador de obtener un objetivo preciso. En cualquier caso, una factura de desmedida profesionalidad escénica y clara vigencia.
El broche de la noche lo puso Xavi Mira en la Plaça de Dins con un musical titulado Tupperware d’amor. Acompañado de músicos, el actor alcoyano se arranca con la más desconocida de sus facetas como cantante de clásicos americanos y temas jazzísticos que sorprendieron al público por la alta cualidad de su voz en una muy grata velada. Jugaba en casa y triunfó.

jueves, 14 de junio de 2007

XVII MOSTRA DE TEATRE D’ALCOI

Ayer miércoles 13 dio comienzo la cita anual por antonomasia del teatro valenciano, que avanza la programación de la próxima temporada. A más del tradicional punto de encuentro entre profesionales del sector con los más diversos stands publicitarios de los diversos sectores teatrales, compañías y organismos, tuvo lugar un espectáculo de Ballet español y la actuación de compañía brasileña Duoanfibios para público infantil con una versión del mítico poema de Gilgamesh que no pudimos ver.
El maestro de la dramaturgia escénica Antonio Díaz Zamora se arranca con una versión de Las sirvientas de Genet producida por Zircó dándole la vuelta a la tortilla a tan trajinada historia con la representación de la famosa relación ama/criada con personajes exclusivamente masculinos, forzando así su sentido en claro gesto contemporaneizador de lo escrito por el autor en los años 40. Díaz Zamora lleva a cabo una propuesta atrevida con excelentes resultados interpretativos del dúo actoral y escénicos en un producto que a pesar suyo y del atrevimiento quizá cueste entender. La creación espacial, a la altura del montaje, limpio y creativo, con un sugestivo juego de espejos, y perfecta resolución espacial tiene el defecto de su redundancia de las imágenes mostradas. Hay momentos de gran tensión dramática y perfecta resolución escénica en unos actores que están a la altura de las circunstancias a pesar del reto que supone reencarnar a personajes femeninos tan marcados.
Por su parte, Bramant Teatre presentó un texto escrito y dirigido por Jerónimo Cornelles que hace honor a su título, Reencuentros, y que a través de una serie de sketchs de situación todos ellos entrelazados presentan los reencuentros de antiguas parejas con un poso de amor a pesar de la distancia y el tiempo, todas ellas de amores hoy legales (homosexuales, travestis) pero tradicionalmente ‘dudosos’ para una sociedad de moral intachable aun creyéndose moderna. Actuaciones correctas y personajes bien construidos se acompañan de una idea muy original como es la filmación de primeros planos del rostro en una pantalla de fondo a la que pudieran haber sacado más partido gestual y dramático. La construcción espacial, interpretativa y resolución de conflictos hilvanados no deja de ser correcta. El único problema es una cierta cotidianeidad de acciones que esloran hacia una nostalgia a veces un tanto ñoña y sin mayor conflictividad apuntada. Hay buena dosis de humor que prende en la sala. De manera que el joven dramaturgo Cornelles va haciéndose un espacio en el teatro que retrata la sociedad contemporánea.
Por último, y como plato fuerte del día, en el recién inaugurado Teatro Calderón tuvo lugar la representación del último montaje de Comediants El gran secreto, firmada por el alma mater de la compañía Joan Font y por el joven dramaturgo Albert Espinosa. Bajo la excusa de una cuarta pared de la caja escénica por esta vez tabicada y bien visible, un joven autor presente en la sala comenzará a conjurar ese mundo en una ceremonia de iniciación histórica al teatro que arranca desde los primates, los primeros homínidos, hará calas en el momento fundacional la Grecia antigua, continuará con la Comedia dell’Arte italiana, la comedia de capa y espada y amor romántico en forma de sespiriana tragedia de amantes de Verona y culminará en un tiempo presente de psicodelias multidisciplinares varias. Aun a pesar de su simplicidad histórica, tiene en su haber la sencillez y coherencia de una propuesta metateatral que actúan como divertimento y hace pasar una muy grata velada a los espectadores. El mundo onírico de Comediants está representado en forma de máscaras, títeres inflables, fuego y ensoñación continua. Destaca la creación de un espacio desnudo mutable de alta capacidad de sugerencia y operatividad absoluta. Sorprende que, después de tanto años en la ola, esta compañía de recorrido internacional siga cautivando con una frescura que no ha perdido. Un espectáculo desde luego chisposo por su mutabilidad, creativo por su capacidad de generar ambientes y mundos diversos, y que hará las delicias del público allá por donde pase.

jueves, 7 de junio de 2007

BARBARIE ARQUITECTÓNICA DE NUESTRO TIEMPO

José Joaquín Parra Bañón, Bárbara arquitectura bárbara, virgen y mártir. Colegio Oficial de Arquitectos de Cádiz, 2007.
Sugerente, nada común y repleto de relaciones tentaculares con todas las artes es este tratado de arquitectura que toma como lugar medular a Santa Bárbara, consumadora mitológica, entre otras, de la arquitectura (su viva metáfora, y por tanto, patrona), de la pintura (figura representada en lienzo) y de la escritura (personaje literario), administradora de la luz y de los interiores. Así nos lo hacen saber todos esos trípticos pictóricos que la representaron con la torre erecta a lo largo de la historia para testimonio del paso del caos al orden humano en la naturaleza. Es por ello que inicialmente, tras declarar la obligación de la iglesia de hacerla santa, se pregunte Parra Bañón, siquiera retóricamente, si la arquitectura se alimenta “del cadáver de una santa sin reliquias” (p. 13). Todo lo que venga después será su intento de respuesta. Pero Santa Bárbara, después de tantos siglos de representación pictórica soportando el orden de la naturaleza humana, la santidad religiosa con su martirio, el mito literario, nos sirve para explicar esta suerte de martirologio moderno que es a la postre la arquitectura obscena contemporánea y de la que España es soberana representante. Y como arquitectura corporal que es, constituye en sí todo un edificio, que no es otro sino el de su cuerpo desmembrado: “una torre izada en medio de ninguna parte” (p. 14). Una de las piedras angulares de la arquitectura, al igual que el caracol, con la casa siempre a cuestas, puro ermitaño pero que obliga a convocarla en el debate zafio de la arquitectura de nuestro tiempo. Una plurisignificatividad de la Santa, apropiada por los más diversos poderes de la historia, en especial el omnipresente religioso, para sacarle lustre, y que sigue explicando un tiempo con otra clase de martirios y penalidades, tótem por tanto sagrado y laico, escurridizo pero que sigue señalando las transformaciones humanas en el marco de la naturaleza como quizá ninguna otra figura mitológica, tal cual alumbra en el preámbulo de su ensayo Parra Bañón: “Santa Bárbara es la última esperanza en la batalla sin cuartel contra el fascismo y el mercado negro de la arquitectura depredadora” (p. 16).
Para clarificar todo este embrollo, comienza a desmadejar el origen lingüístico y el sentido etimológico del término ‘bárbaro’ (bàrbaroi) en la Grecia antigua cuando así comenzaron a ser llamados quienes procedían de tierras lejanas, ignorantes del idioma de la Hélade y por tanto imposibilitados para la comunicación: bárbaros eran quienes balbuceaban de modo incomprensible, pura onomatopeya compuesta por «bár-, bar» para aludir a esos extranjeros, a igual que los «barbarus» romanos al referirse a quienes acosaban los límites del imperio (por tanto se pasa de la mera apelación nominativa a la causa bélica de un imperio a otro): alusión a quien está más allá del límite. En ese sentido, la arquitectura no deja de ser —contra lo natural (no hay arquitectura vernácula en la historia)— bárbara, extranjera, puro artificio: resultado de una imposición, de una cultura estrictamente colonizadora. Es por eso que Parra asimila la arquitectura a la “manipulación, metamorfosis, transformación, desplazamiento, transporte. Es insatisfacción, insuficiencia, inadecuación, trasgresión, transfiguración” (p. 19). La barbarie de la arquitectura reside precisamente en su condición de foránea y artificiosa, violenta e invasiva, colonizadora y depredadora, transformadora y agresiva, por su carácter interventor y destructivo de un estadio (natural) previo bien que su motor sea la mejora y superación de lo habido; pero también dice ser bárbara por su afán (originario griego) de poner de manifiesto las diferencias, llamar la atención y no pasar desapercibida bajo ningún concepto, reclamar con su gesticulación un lugar en el mundo. En otro lugar, aborda la poliorcética y la concepción destructora de la arquitectura al dispersar lo agrupado y alterar el orden existente para imponer otro nuevo a priori mejorado.
Para el autor de este ensayo Santa Bárbara es la consumación de la carnalidad arquitectónica, lo tangible, una transformación en manos de la imaginación. Afirma que “Santa Bárbara, virgen y mártir, es la patrona de la arquitectura por el simple e iconográfico motivo de que está indisolublemente unida a una torre, vinculada a una torre genérica y alegórica que suele haber a su lado, o en sus brazos” (p. 34); pero también no deja de ser patrona de un amplísimo colectivo profesional como mineros, peritos e ingenieros de minas, canteros, cavadores de tumbas y poceros, albañiles y constructores, artilleros, artificieros, ingenieros de armamento y otros militares, bomberos, pirotécnicos y quienes manipulan el fuego, fundidores de campanas y fundadores de cañones, así como protectora contra el rayo y el aparato eléctrico de las tormentas, y contra las llamas de incendios; pero indirectamente también por haber padecido la cárcel es patrona de los presos, de los pedreros, de los perforadores de petróleo o acequias, de los fabricantes de armas, y también por su representación con un libro abierto se suele aplicar a los estudiantes, y a buena parte de los gremios y oficios.
Relata el ensayo las numerosas torturas a que fue sometida Santa Bárbara (p. 41), los motivos de su pasión. Santa Bárbara, tras la Contrarreforma (y para defenderse de Lutero) fue utilizada eclesiásticamente como propaganda y apología de los sacramentos, en especial el de la eucaristía y el de la extremaunción (p. 151). Caída en desgracia, es recuperada para el arte y en concreto la pintura como lugar natural, aunque sea la arquitectura su espacio más significativo. Si Santa Bárbara fue en parte canonizada por la sucesión de pintores que la representaron junto a las ruinas arquitectónicas (mediadora entre quienes se dedicaron a la arquitectura y quienes a la salvación de su alma, en cualquier caso como protectora de inclemencias varias), no parece que este siglo vaya a seguir la tradición, más preocupado de aspectos pragmáticos y mercantiles que de representaciones sacro-santas.
Traza Parra Bañón a lo largo de su ensayo una suerte de tentáculos inevitables y bien sutiles de nuestro tiempo con la representación mítica y metafórica de la santa objeto de estudio, por ejemplo abordando el martirio en escritores célebres y obras literarias así como correlaciona la representación de Bárbara por ejemplo con iconos de nuestro tiempo como la muñeca Barbie, símbolo clónico por excelencia de un canon corporal occidental (p. 157). La arquitectura guarda un asombroso recelo con la impenetrabilidad y virginidad cristiana al ser todo su cometido la pureza pero tiene en la arquitectura opulenta contemporánea todo su pecado. Su relación con el artificio y la robótica no deja de ser incestuosa, y muy a pesar suyo que se le imponga la santidad de su inviolabilidad y preservabilidad, su aspiración a esa suerte de virginidad es batalla perdida pues una vez estrenada mediáticamente comienza su rápido deterioro y descomposición acelerada.

LA TORRE Y EL MURO
La arquitectura es una intervención que responde a alguna insatisfacción humana mediante la transformación de la realidad con objeto de adecuarla a sus exigencias y necesidades (más que necesidad e incluso deseo, en muchas ocasiones su motor es el capricho, tal cual atestigua la historia [p. 88]). Por eso la torre es el máximo exponente simbólico de la arquitectura, al ser la unicidad e individualidad arquitectónica (reverso del pozo y oquedad del aire), construida por acumulación y superposición, es una pértiga estable con la que asomarse el hombre más allá de su horizonte y probablemente iniciada cuando el hombre pasa de cuadrúpedo a erecto (bípedo); y como la de Babel (no en vano lleva a cabo una comparativa entre la torre bárbara y la de Babel que quizá sea de las partes más interesantes del tratado—, también como ésta aquella depositaria del saber conocido), intento de superar sus límites mortales para equipararse con todo lo divino, el intento humano por antonomasia de trascendencia, de superar toda limitación gravitatoria. Sin embargo, hoy la torre es un cáncer de las grandes ciudades de nuestro tiempo, y no hay desde EEUU o los países nórdicos hasta Oriente ciudad que se precie que no compita por la altura, con macroproyectos encargados a estrellas arquitectónicas que ponen su diseño al servicio del escaparate mediático del turismo masivo, una multiplicación horizontal completamente banal de pisos que aplasta el espacio y reduce a su mínima esencia la habitabilidad (p. 205). Para culminar este aspecto, aborda terceras torres no tan conocidas pero con alto valor simbólico-religioso (arquitectura iconográfica de alto valor significativo). Y frente a las torres del pasado, en las contemporáneas se hace difícil la habitabilidad al expulsar la vida y erigirse en puro monumento de nuestra civilización: “son aposentos donde se gesta el imperio: son un torpe tótem de la mala soberbia y la avaricia; son emblemas de las corporaciones financieras, de las empresas energéticas, de los medios de propaganda ideológica, de los emporios de la administración servicios, de los bancos y de las constructoras y de los monopolios petrolíferos o de cualquier forma emergente del poder que necesite evidenciarse y lucirse y pavonearse y alardear. Antiguamente izaron sus torres los militares en sus fortalezas, los eclesiásticos en sus iglesias y los gobernadores en sus palacios para manifestarse: hoy lo hacen los empresarios.” (p. 146)
Históricamente, por su parte, los muros ha tenido una importante función separadora y sacudidora del miedo y de la invasión de los pueblos dominantes (ya fuera la Gran Muralla China, las empalizadas romanas en Europa, la actual de hormigón israelí o la metálica de EEUU en su frontera mejicana), pero escondía la voluntad territorial y patriotera, bárbara por violenta y exclusora. Al igual que Santa Bárbara, fijadores del territorio para hacer soportable la vida. Excluye al bárbaro en sus diferentes épocas ya fuera en la antigua Roma en el Afganistán de los talibanes o en cualquier lugar. La barbarie contemporánea funciona a modo de la religiosa de Santa Bárbara como amputadora y profanadora, ya fuera la casa Fallingwater de Frank Lloyd Wright ya el ejército norteamericano profanando el Museo Arqueológico de Bagdad en 2003, sustrayendo el arte autóctono a las metrópolis... una acción civilizadora que no deja de ser bárbara y destructiva en su esencia (p. 216-7).

BARBARIE Y PERIFERIA
Quizá uno de los mayores sistemas civilizadores con que ha contado la humanidad a lo largo del tiempo, la arquitectura, es el arma más potente homogeneizador humano tal cual nos revela la arquitectura mediática de nuestro tiempo o anónima del bloque de viviendas clónico, perfecto instrumento ideologizador sin apenas ser percibido pero con una presencia incontestable en la vida humana: por eso toda civilización invasora se empeñó en no dejar huella del pueblo conquistado o erigir un nuevo orden apropiándose simbólicamente de sus espacios sagrados para un uso renovado de acuerdo con la nueva imposición (p. 217-8). Hoy, habitamos una arquitectura repetitiva de la globalización, con arquitectos que forman los mismos puentes, las mismas formas escultóricas de sus moles de edificios, las mismas torres... El mercado ha transformado el solar en valor de mercancía rentabilizado por la arquitectura clónica de nuestro tiempo. Para ello, se pudiera decir como insinúa que a la arquitectura contemporánea no le interesan las variantes ni las diferencias sino el modelo único, la reiteración por todo modelo, pues hace tanto que renunció a su vocación humanista para decantarse por el orden de la especulación y el enriquecimiento económico: se ha erigido en incontestable orden totalitario de nuestros días (p. 221).
La arquitectura, transformadora ya no de la naturaleza como antaño sino de la naturaleza transformada, interviene restaurando quirúrgicamente, reciclando y reutilizando, por lo que se erige en la nueva naturaleza del hombre que pretende pasar por natural ante la pérdida de su estadio original anterior: «la naturaleza se ha desnaturalizado»; ha sido «arquitecturada» dice Bañón (p. 247). Para su redención del pecado, el ser humano ha debido construir artificialmente el jardín botánico y zoológico, el parque natural o la reserva, el acuario y toda esa clase de artificios con los que sueña su origen natural arrumbado definitivamente en el sueño de un ecologismo que le redimirá mientras tanto. El museo, pervirtiendo los principios básicos de la conservación patrimonial de la civilización, no es más que el intento de preservar un orden virginal cercano al paraíso, del mismo modo que santa Bárbara, ofreciéndose como perfecto ejemplo expositor de esa arquitectura virginal e inhumana. Ni la selva ni el glaciar resultan inmaculados sino sueños de una naturaliza virgen hace tanto profanada pero con la esperanza de su vuelta a través del orden arquitectónico presente que hace lo imposible posible.
Plantea Parra Bañón (141 y ss.) que la arquitectura «bárbara» es la que tiene dificultad en la construcción de su lenguaje, muestra impericia en su empleo, es balbuciente, inexpresiva, sucedánea, ronca o inmadura por floja, obediente, sumisa y afásica, pero también está la embrionaria por seminal y la lúdica por generarse en forma de juegos (desmontable), la efímera y la disléxica, al tiempo que la que llama estridente y no ahorra improperios por su ensimismamiento consciente, esto es, por servir a gran parte de la arquitectura turística y financiera que hace de reclamo en nuestras grandes ciudades, una arquitectura que llama «litoral y de supermercado» (p. 142), pero también menciona otra arquitectura farfullante, cacareadora, berreante y embrollada. Ahí están las estrellas de la arquitectura reciente para confirmarlo, sean Gehry deconstruyendo el espacio para generar reclamos puramente formales, Calatrava forzando el modernismo gaudiano para elevarlo a su máxima potencia sin mayor significatividad, Foster o Nouvel grandilocuentes. Frente a todo ello, en su polo opuesto y descuidada por los focos mediáticos ajenos a su fealdad, está la arquitectura de la periferia del sistema y de las grandes urbes, una verdadera alternativa a lo instituido (salvadora) en nuestro mundo contemporáneo; ofrece Parra en clave simbólica una bien clarificadora percepción de la torre de babel e imagen bárbara de nuestro tiempo, ajena a la barbarie de la codicia mercantil, mediática, global, rentable y especulativa: una arquitectura hecha de la diversidad, de la humildad de los desposeídos, de los bárbaros (p. 218-9), ya sea en Bombay, en El Cairo, en Lagos, Shangai, Sao Paulo o cualquiera de nuestras grandes ciudades donde arraigan poblados de desarraigados no sometidos a ningún orden imperante. Ahí entrevé que surgirá el faro y la nueva torre de la civilización futura, ajena a las grandes estrellas mediáticas que firman grandilocuentes, erráticos, balbucientes, confusos, frívolos, especulativos, derrochadores, violentos, colonizadores, depredadores, inhóspitos, amnésicos arquitectos de nuestro tiempo sembrando la barbarie en el suelo del planeta. La barbarie arquitectónica se detecta antes en la arquitectura culta y academicista que no en la popular. Toda arquitectura que se quiera tal siempre desplaza a la anterior y por tanto su grado de barbarie fluctúa en arreglo al afán de imponer su nuevo lenguaje, por lo que la arquitectura moderna y contemporánea lo es en grado alto y la de los últimos decenios en grado absoluto por su capacidad de estridencia y altisonancia. La arquitectura actual mediática tiene aversión al silencio, resulta estrepitosa, turística, planetaria, imperialista e incluso vengativa, producto de un mesianismo elitista con voluntad salvadora de la masa desorientada. La obscenidad reside precisamente en generar signicidad exhibicionista fuera de lugar inoportunamente. De ahí que tenga capacidad invasiva y aniquiladora la arquitectura desde el inicio de los tiempos, y halla generado un sistema de defensa semejante a la religión.
Es por eso que en un momento determinado su autor remate que “santa Bárbara es una fantasía útil para la arquitectura. Su abandono es la renuncia a una posibilidad lingüística de la arquitectura: a un verbo y a una figura tal vez necesarias para combatir la apatía, la anorexia, la dejadez, la flaccidez, la imbecilidad, la incuria, la Leticia boba y la acedía de la que están viciadas no pocas de las últimas arquitecturas. Repudiarla es despreciar un utensilio, un arma quirúrgica para manipular la realidad y cambiarle la apariencia. Renunciar a ella es prescindir de cierta posibilidad literaria, de la alguna capacidad metafórica de la arquitectura. La renuncia a lo que ella significa, a lo que simboliza, a lo que contiene, es, al fin y al cabo, la renuncia a la poética.” (253)

CONCLUSIÓN
Bañón Parra lleva a cabo no sólo una etimología y reconstrucción del mito ecuménico de santa Bárbara y su traspaso a la sociedad civil de todos los tiempos cuanto una cartografía de la arquitectura en la piel obscena de nuestro tiempo bajo el falsete metafórico de la santa cristiana rebautizada para nuestra sociedad civil contemporánea descreída y con falsos ídolos de pies de barro que evidencia, por momentos, su pronto derrumbe, para cuando la periferia sea clamor. Todo ello adobado con una inestimable colección de imágenes históricas de la santa estudiada (pinturas, dibujos y grabados, fotografías y demás trabajos artísticos relacionados con lo dilucidado), a más de la sapiencia literaria que despliega al moverse por la mitología que envuelve a la santa. Singular ensayo que levanta la piel arquitectónica de nuestro tiempo con inquietantes conexiones etimológico-lingüísticas poco comunes en un arquitecto al demostrar la correlación no inocente entre conceptos y realidades manejadas. Lástima de las erratas y faltas ocasionales de ortografía que pululan por el manual que de lo contrario lo convertirían en una verdadera joya.
Hay mucha ironía descreída, escéptica, en su forma de ejercer la crítica a la arquitectura y a los arquitectos contemporáneos, capaces de erigir templos de su ensimismamiento. Por ejemplo en la correlación entre arquitectura y virginidad o redención. Un final de tratado plagado de pistas descreídas para leer urbanísticamente nuestro tiempo y sus herejías cuantiosas, realmente jugoso para la exégesis arquitectónica de un tiempo de barbarie como el presente. El punto final lo pone, como no podía ser de otra manera una «Última plegaria» realista pero bien escéptica con la definitiva muerte de la honestidad arquitectónica que se lleva produciendo desde hace décadas, pues dichoso aquel que sea capaz de interpretar lo funesto de unos signos que nos llevarán irremisiblemente, como ángel del tiempo, a la «desolación absoluta» o el «inmundo comercio con la nada» (255), justo antes de que las ideas que generaron el sentido de la existencia se extingan. Grave dilema al que la modernidad nos transporta irremediablemente en viaje de ida sin retorno.
Escritura de altos vuelos literario-ensayísticos, fragmentaria y elíptica, sugerente más que discente, interrupta pero conectiva, toda una provocación en el sistema arquitectónico contemporáneo, difícil de atribuir a un arquitecto y profesor universitario en ejercicio, las más de las veces preclaros representantes de la bonhomía y los resortes sociales de lo instituido. Un tratado que mereciera el favor de su amplia divulgación por los delicados derroteros que transita y las ligazones sutiles que genera entre la sacralidad y un sinfín de sugerencias que lleva pegadas históricamente y que emergen en forma de signo central de nuestro tiempo.

lunes, 4 de junio de 2007

DESFACHATEZ SIN LÍMITES

¿Ensayando Hamlet? de Manuel Ángel Conejero. Producción Fundación Shakespeare. Intèrpretes: Javier Raviculé, Lorena Alberca, Joaquín Ruíz, Mimi Santos, César Crespo, Manuel Ángel Conejero. Teatro Arniches, 1 de junio de 2007.
De largo vienen las excentricidades de Conejero y bien conocidas resultan sus obsesiones personales por su obcecado empeño en hacerlas públicas. Tras su desaparición de la escena pública, y cuando creíamos que su personaje había pasado a mayor gloria, vuelve con una nueva máscara añadida a las anteriores en esta nueva tour de force que es su subida a los escenarios para consagración y mayor gloria del actor patético que lleva dentro. El que se quiere para sí ‘Profesor’ (nunca un académico como tal, fuera Laín Entralgo, Aranguren, Tierno Galván, etc. necesitaron reivindicar ese apelativo que les fue investido desde fuera) parece llevar al escenario con su compañía de la Fundación Shakespeare un nuevo producto salido de sus oscuros devaneos mentales. El histriónico Conejero, que hace tiempo dejó de ser persona para convertirse en personaje prisionero de sí mismo, sube al escenario cuantas diatribas internas rumia su mente para padecimiento de un público que se acerca por el glamour del portento inglés. El profesor de universidad y especialista en Shakespeare vuelve a la carga con la tragedia más conocida del autor inglés, pero haciendo converger en ella el total de sus psicotropías, que no son pocas: el del académico susceptible de explicar e interpretar la obra, el del histrión frustrado que siempre quiso ser actor, el del excéntrico alocado y el del divo imposible. Bajo formato de ensayo de una función de Hamlet, Conejero en persona dirige a sus jóvenes actores por los pasajes más intensos y definitorios de la tragedia para permitirse toda clase de exégesis, comentarios, recitados y cuantas intervenciones considera oportunas, siempre presente con su figura en el escenario, paseándose entre el patio de butacas o con su voz a través de micrófono inalámbrico con respiración incluida hasta el punto de personalizar el total del espectáculo. Dicho montaje, que pudiera valer como interpretación personal del académico y estudioso de Shakespeare Manuel Ángel Conejero de la tragedia más famosa de la historia, pasada por el psicoanálisis y las corrientes de pensamiento del siglo XX (deconstrucción) no pasarían en condiciones normales de ser mera performance o workshop que acompaña a un profesor empeñado en ilustrar a sus alumnos el texto histórico del portento inglés, sin duda desde ese punto de vista con momentos interesantes para el estudiante ante pedagogía tan osada y didáctica ilustración. Pero lo que desde luego resulta toda una desfachatez es intentar vender como espectáculo toda la egolatría divista y ensimismada que despliega en cuanto le dejan el caricaturesco Conejero. Cualquiera que sepa apenas algo de teatro sólo puede sentirse incómodo por convertir a su joven elenco actoral de aprendices en títeres a su servicio sobre los que, como un Dios irreverente, ejerce toda clase de violencia física y psicológica travestido de gran Método escénico, permitiéndose interrumpirlos, abordarlos, obligarles como pipiolos a la repetición insuficiente, crisparles en suma. No se puede decir que todo el espectáculo sea basura pues ciertamente algo ha debido aprender el ‘profesor’ a lo largo de su dilatada carrera dedicada engañadamente al estudio de la figura del inglés, con ciertos momentos de recitado y actuación coherentes, pero que desde luego no dan la talla en un espectáculo hecho a la medida del divo. Resulta increíble lo que aguantan estos jóvenes deseosos de ser actores engañados de la forma más patética posible con este método que es la antipedagogía escénica actoral por antonomasia. Pues actores irregulares con voces en mal estado, sobreactuaciones y mucha voluntad es lo que vemos con un maestro de ceremonias que chupa todo el protagonismo rebajando a la condición de comparsa inmisericorde al elenco actoral. Y de nada de todo esto hablaríamos si no se tratara de una producción que lleva el sello de Teatres de la Generalitat al tiempo que de la Generalitat Valenciana y de la RadioTelevisió Valenciana. El astuto Conejero sigue engañando a diestro y siniestro, y vuelve a sus andadas de muñir dinero público para uso privado de sus excentricidades, públicamente visibles en los teatros públicos de la Generalitat Valenciana, es decir, subvencionados con el bolsillo de todos los valencianos. Nunca tan mal engendro debió de salir de la mente perturbada de quien lo parió para evitar heridas de quienes tienen un poco de amor propio por la profesión y por la cultura en general. Sólo cabe decir que el traumatizado Conejero ha caído en sus propias telarañas, cual Quijote enloquecido, por no haber podido nunca parecerse en un ápice a su admirado Shakespeare a quien tradujo a lo largo de décadas e intentó desentrañar como si el talento se contagiara, ni tan siquiera conseguir ser el mediocre dramaturgo que le hubiera gustado ser, reconvertido en patético artista de sí mismo que provoca la chanza más que cualquier otro sentimiento. Mucho nos tememos que hay dictador cultural, perdón ‘profesor’, para rato en la terreta donde todo es posible, incluso que los desnortados suban a un escenario y consigan arrancar aplausos. Una idea: en vez de ¿Ensayando Hamlet? un buen título en su futuro actoral podría ser “Divinizando Conejero”. Conejero a tus conejos...

jueves, 3 de mayo de 2007

Once poetas críticos en la poesía española reciente

Once poetas críticos en la poesía española reciente, Enrique Falcón (coord.). Tenerife: Ediciones Baile del Sol, 2007.
Afirmar que la poesía contemporánea lleva décadas de auto-complacencia desmedida resulta no tan exagerado como real del todo. A poco que escarbemos, bajo a esa losa tan pesada que arrastra la endiablada dinámica literaria española como es el canon, emerge una poesía rotunda, conflictiva, cuestionadora del mundo que habita y con fuerte vocación de recuperar el ethos con que naciera toda poesía que se quisiera digna (allá en la Grecia clásica, cuando la primera demos). Uno de sus principales valedores, el poeta valenciano Enrique Falcón firma esta antología que tiene en bloque un fuerte componente reivindicativo y unidad personal bien que sea por un breve prólogo cargado de intenciones de partida como un «Epílogo» no menos personal bien conocido por los seguidores de esta poesía (No doblar las rodillas) por pasar de ser —impagable— anecdotario/anuario socio-político-cultural que lleva realizando desde la significativa fecha de 1991 (con el despertar de esta corriente al tiempo que el desvarío del rumbo del mundo contemporáneo) y que ha ido ofreciendo en diversos medios hasta esta última en que recopila todas las anteriores y permite al lector completar la saga. Tiene la virtud de ir al pelo con lo antologado pues historiza a la perfección un periodo de desarrollo de esta poética, claro es desde los márgenes de la escritura, bien pertrechado con sus acaecimientos sociales y políticos que son en última instancia el motor de la realidad y de las escrituras. Un signo que tiene en las guerras de Irak a su máximo detonador desde la primera (justo en el momento en que comienza esa escritura), llevada a cabo por el padre de quien lanza la segunda 12 años después. Esta antología se quiere ampliación y perfilación de la publicada en Chile en 2002 con el título precisamente de No doblar las rodillas: siete proyectos críticos en la poesía española reciente.
Continuando el debate de sus más directos implicados en esta práctica sígnica, niega cualquier capacidad emancipatoria e inocente de no ser la de su transformación cultural, mediante el oportuno aprendizaje de “mirar de forma nueva el espesor de un tiempo herido” y la oportuna “confrontación de legitimidades” (p. 10) culturales en marcha. Dado que las continuas transformaciones políticas del mundo contemporáneo por la “acción social organizada” producen desgarramiento humano, sólo la memoria de la escritura se erige en resguardadora de la tragedia humana que asola tras esas políticas improductivas; las once escrituras que propone, frente a décadas de complacencia de un signo u otro, todo lo contrario pretenden erigirse en vigilantes de la memoria histórica de los procesos colectivos de una sociedad que, como la occidental, tantos desmanes nos lleva produciendo: un posicionamiento moral ante la realidad frente a la antaño (los 80) inutilidad de la poesía tan cacareada por una pléyade de poetastros de tres al cuarto que vienen ostentando el dominio de los aparatos de difusión masivos de nuestra realidad, que no su convicción o legitimición social: algo de lo que aprendió suficientemente la poesía española en su dinámica desde finales de los sesenta y a la que le ha sacado buen partido una sarta de publicitaciones especulativas en las que viene siendo dado el vigente panorama poético. La poesía sigue siendo, entre otros discursos definitivamente mucho más potentes como el cine o la publicidad (deudores por supuesto de la primera), el imaginario colectivo de un pueblo, lo que Falcón llama “la radical utilidad de la poesía” (p. 11) susceptible de transformar nuestro inconsciente. Lo que propone con esta antología es una poesía explícita “resistente de cuño radicalmente político” pero bien diferenciada de las tácticas del realismo social de los 50/60. Su denominación cubre un amplio abanico de terminologías como «poesía del conflicto», «poesía de la conciencia crítica», «nueva poesía social» o «poesía en resistencia» y su pretensión es mostrar los versos más destacados surgidos en las últimas décadas en torno a esta literatura con voluntad de incidencia en la realidad inmediata.
Pero no es la resolución misma de la crisis o la entrega al panfletarismo como ha venido siendo en cierto arte del siglo XX lo que mueve a estas escrituras, sino más bien el poner el dedo en la llaga denunciando y levantando la piel de la realidad para incomodarla con su signo: escrituras que niegan toda resignación y entrevén una cierta esperanza a pesar de los desmanes del mundo. Su lenguaje apuntala con esta escritura el vaho de humanismo que reporta toda existencia frente a quienes se enfundan la chaqueta de ese mismo traje al tiempo que dan la espalda a los signos de su presente de no ser que lo entiendan entre oropeles y ágapes falsamente culturales. Falcón nomina la complicidad común entre todos los antologados, bien en actitudes vitales de compromiso, bien en el reconocimiento de escrituras diversas pero con una clara «conciencia crítica», y dando por supuesto tácticas escriturales bien diferenciadas imposibles de ser reducidas a una sola estrategia: desde el objetivismo documentalista hasta la deriva libertaria, desde la conciencia de la realidad al irracionalismo, desde la resistencia a la reflexión distanciada, desde el realismo al vanguardismo, desde el narrativismo al discurso reticular o desde el memorialismo hasta la ironía del presente (p. 12), lo que llama “tácticas disidentes de la sugestión a las estrategias materialistas del extrañamiento” (12) donde lo político comienza —como nos dijeran las feministas italianas de los setenta— en lo personal sin registrar la menor transición. Es por eso que imprime a su antología Falcón un marchamo de “ruptura y transgresión del lenguaje” más del realismo chato al uso que de otros que pretenden arrogarse ese derecho falsamente. Los propios autores se han encargado de la selección del material publicado, y tienen en común, a más de esa conciencia crítica, el solo hecho de haber nacido en España entre los sesenta y setenta, y el haber sido validados por la publicación de varios libros de poesía en castellano. La grandeza de la antología es que sólo reconoce en el punto de partida su voluntad de constituir todas ellas un ethos escritural (a igual que la poesía griega no mostrando un simple fragmento cualquiera de la realidad, sino entrando en conflicto con esa existencia humana, ahora globalizada, por el fuerte poder de conversión de la escritura) de nuestro tiempo al universalizar los conflictos cotidianos, españoles o mundiales, que abordan casi todos. Pero, ¡ojo!, no por nombrar el mal se recubre automáticamente la escritura de esa mácula de conciencia crítica exigible: el trabajo de lenguaje resulta clave y ahí decir que no todos los poetas muestran estrategias certeras o clarividentes en ese sentido, confirmadoras de ese ethos declarado que Falcón augura para todos sus representados.
En su más manifiesta diversidad, ahí está la poesía de tono humanista con que abre la antología Jorge Riechmann, incitadora a la reflexión desde su singular capacidad observadora de lo nimio entrecruzado con sus inquietudes ecosociales frente a una salvaje globalización en marcha y que muy frecuentemente tienen en la episteme y el aforismo su cauce de desarrollo habitual concienciador. La poesía de corte crítico-realista con fuerte presencia de un sujeto rememorador tanto de un presente no demasiado lejano como un pasado con el que pretenden ajustar cuentas Antonio Orihuela, Isabel Pérez Montalbán y David González. La lúcida poética irracional de aliento épico en la mejor tradición del XX de Enrique Falcón, teniendo como trasfondo un ethos cristiano de preclara conexión con la palabra evangélica originaria y voluntad restauradora de los fundamentos de la fe desde el sufrimiento humano (en la línea de la teología de la liberación), enraizado con los desposeídos de un mundo globalizado. O en el extremo opuesto la no menos lúcida escritura de Antonio Méndez Rubio, capaz de tensionar el lenguaje para ponerlo en entredicho y del revés tratando de volver a nombrar el mundo con un contrarrealismo inquietante (frente a ese bastardeo normalizador en el que ha caído habitualmente el lenguaje) y visibilizando los mecanismos etéreos de poder de nuestro tiempo. Y los sevillanos de La palabra Itinerante (Miguel Ángel García Argüez, David Franco Monthiel, David Eloy Rodríguez y José María Gómez Valero) que constituyen un «colectivo de agitación y expresión cultural» con pretensiones de «hacer de la poesía el campo practicable donde denunciar lo injusto y amar lo digno», de dignificar la palabra en lo que posee de comunicación directa, viva, sensitiva y sus posibilidades transformadoras del mundo necio en el que viven a través de la experiencia literaria en sus diferentes ramificaciones. Sus textos, pues, tienen una intención directa de denuncia al señalar y desenmascarar las falsedades del sistema mercantilista que gobiernan la cultura. El poema será, pues, el instrumento lírico del pueblo para compartir cuanto de humano poseemos generando los vínculos necesarios para su identificación. O el ultraperiférico Daniel Bellón quien plantea lo que llama la «guerra social» de nuestros días criticando la hipocresía del poder con su doble lenguaje de paz cuando practica la acción de la guerra en aras a una economía especulativa ultraliberal causante de los desmanes de nuestro tiempo como es el caso que le toca bien de cerca de la emigración, con una poesía repleta de giros y rupturas semánticas impugnadoras del estado de la cuestión.
Una «Adenda» final ofrece a educadores y organizaciones sociales un material complementario bajo el título Bomba, dinero y éter (y un apéndice para la esperanza) con “propuestas educativas —del antologador— para entender la globalización” utilizables pedagógicamente en las aulas y talleres a partir de los poemas de estos mismos autores (encontrable en la Biblioteca del MLRS, http://www.nodo50.org/mlrs.)

Lástima que las antologías continúen siendo administradas por la dinámica enloquecida de la cronología (edad de sus hacedores), pues a ésta sin duda le faltan (para poseer toda la fuerza y la carga de la autoridad de sus pretensiones originarias) poetas tan significativos y que emparejan —promocionalmente— con Riechmann como el poeta órfico Juan Carlos Mestre, José María Parreño o el urbano (entrometido) Fernando Beltrán (desterrados por cometer el pecado de haberles nacido un tanto antes, pero todos ellos igual de responsables de abrir esta senda luego transitada por los demás), así como hagan causa común de la patria cuando entre nosotros habitan poetas de escritura en la misma lengua pero sin DNI español bien conocidos por el antologador. Falta también la (anti)poesía libertaria de Eladio Orta, cómplice de las poéticas de Orihuela y González. Toda antología siempre es subjetiva, habla tanto más de su antologador que de sus retratados, y desde luego que ésta no es diferente, pues pudiera haber ampliado la nomina o cambiado en algunos casos por otros poetas sin duda merecedores de tener un mínimo de presencia en (el total de presupuestos de) ésta como, por de pronto se nos ocurre, poetas orfebres del lenguaje tal que lo tensionan como Marcos Cantelli, Víctor M. Díez, Alejandro Krawietz, Fermín Herrero o incluso el propio Carlos Jiménez Arribas.
Sólo en la globalidad de todas estas poéticas encuentra el cibernauta, sobrevolando el total de las poéticas nominadas aquí, más allá de la selección, y frente al oficialismo tópico, la recuperación de la conciencia crítica del ciudadano (antes que poetas se sienten ciudadanos de un mundo maltrecho), la crítica con toda forma de consumismo y las tácticas torticeras del mercado de la que se sienten víctimas. Sin ser única la estrategia, por fluctuar entre el realismo crítico y el irracionalismo vanguardista, niegan toda obviedad narrativa (ensimismada, coloquial explícita, esencialista) para afirmarse en una cotidianeidad redentora lírica de fuerte conciencia social. Frente a un mundo sin fisuras mostrado por el realismo decimonónico canónico todo lo contrario los más tienden a repensar la historia para rescribirla más justamente con un aporte de reflexión moral que es lo que incorporan. Frente a una memoria anestesiante, impugnan la realidad a través de un memorialismo dialectal (no narcisista) con el que pasan revista a los acontecimientos del presente taimador o bien lejano que entronca a través de sus antepasados con ellos mismos y por el que necesitan hacer justicia. Sin tapujos lo personal se entrecruza con la social hasta el punto de adquirir plena conciencia de un deslinde imposible: el yo más autoafirmador es símbolo colectivo al que representan (sus semejantes, los ciudadanos desposeídos), lo cual les lleva a un enjuiciamiento crítico del mundo que habitamos. Instauran un yo, pues, generador de la experiencia vital pero inestable y múltiple (no burgués ni autocomplaciente) sino crítico y solidario con su entorno, susceptible de tender hacia el «otro» (africano, magrebí, latinoamericano, mujer, gay...), un yo licuado (ajeno al burgués) y que sale al encuentro del yo humillado o derrotado, pobre y desasistido para operar una pretendida intercambiabilidad porosa, el yo colectivo de E. Falcón, el anónimo de Orihuela o González o el invisibilizado de Méndez Rubio. Una poesía que reivindica en su esencia generar conciencia del lugar de lo humano en el planeta a través del ethos, sin el cual estamos abocados a ese derrame intemporal de perdición de lo que algún teórico llamó «el fin de la historia».
Lo que sin duda resulta impecable es su oportunidad en el actual panorama y su eficacia para mantener abierto un necesario debate (adormecido en los últimos tiempos) que, a una década de la publicación de los textos críticos del Colectivo Alicia Bajo Cero Poesía y poder, viene necesitando de una urgente revisión.

domingo, 22 de abril de 2007

LA PALABRA REENCARNADA EN EL GLOBO DE SHAKESPEARE

Visitar la Tate Gallery de Londres supone toda una exaltacion (perdon por la ausencia de acentos pero se trata de un teclado ingles) del imaginario. Alli es posible tropezarse con todos esos cuadros surrealistas y vanguardias que han alimentado visualmente a uno, desde Picasso hasta Dali o Miro, Picabia, Ernst, el inimitable Giacometti o el resto de la troupe parisina. Un mundo sin igual que exalto la imaginacion y la elevo a la altura del sueno. Salir y dirigirse al cercano teatro El Globo de Shakespere tambien constituye toda una sorpresa sin igual por la coincidencia, casual, de la fecha de su nacimiento y una serie de actuaciones en homenaje a su onomastica. Que placer estar sentado entre las grandas de madera del Globe, ese templo de la interpretacion de su tiempo, para deleite de sus contemporaneos hoy reconstruido y donde continuan teniendo lugar representaciones en epocas de menor rigor atmosfero. El tejado de paja y la forma da muy buena cuenta de que en realidad los romanos ya lo inventaron todo en cuanto a representacion, por no decir los griegos. Gradas semicirculares de madera y con la escena integrandose en el coro componen el espacio, lo cual da sensacion de gran proximidad y no se pierde uno gestos ni locuciones. Y singular resulta ver para la ocasion solicitos espectadores subir al escenario de forma improvisada y recitar primero pasajes de Shakespeare para ir caldeandose el ambiente y acabar en duelo interpretativo de escenas bien conocidas improvisadas, por jovenes que han querido asi rendir culto al genio ingles de la escena. Lo mejor del asunto es el decir del verso, los sentimientos sobre el escenario, la vibracion de la palabra en el Globe tomado por amateur interpretes pero que parecen llevar toda la vida en ello, comedido, sin apenas sobreinterpretacion, sobrios como profesionales autenticos. Uno piensa que seguramente han subido quienes casualmente alguna vez lo representaron pero lo cierto es que leido o de viva voz improvisado todo suena vivo y palpitan en el ambiente esas palabras. Incluso luego, 4 ninos son ivitados a subir al escenario y no desentonan: parecen llevar ahi desde que nacieron, entregados a sus gestos y mimos. Imposible ver este espectaculo de la improvisacion en cualquier teatro espanol. A decir verdar, ahi es donde se nota un pueblo con solida cultura escenica, un conocimiento del medio palpita en el ambiente, pues parece que todo el mundo siente reveracion por el hecho actoral. Si a eso anadimos el conocido dominio musical del pueblo ingles, entonces tenemos un decir pautado, ritmico, armonioso... Lo que en Espana es casi una buena intencion, algo no logrado por esas intermitencias de la escena y ese alejamiento de la sociedad. Toda una experiencia a vivir a lo largo de toda una tarde que desde luego merece la pena incluso a costa de quedarse uno sin comer. Hemos descendido por la orilla del Tamesis para ver la City Hall de Foster, ese edificio curioso que ofrece las cien formas dependiendo del lugar donde sea atisbado, desde la cupula redonda hasta la escalera o finalmente desde detras su famosa ergonomia desplazada del centro de gravedad. Un edificio procaz que bien parece desafiar las leyes de la gravedad y que seria imposible su concepcion sin ayuda de la informatica en su diseno: la cultura digital irrumpiendo en la arquitectura del siglo XXI. Del mismo modo nos hemos desplazado enfrente al otro recien emblema de la ciudad, la famosa torre parabolica y uno no se podia hacer a la idea el lugar donde se halla enclaustrado entre edificio de oficinas e incluso alguna torre que tiende a competir con ella. Desde luego la Torre Agbar de Barcelona le tiende un pulso muy firme, y uno no sabe si en esa ciudad hubieran dejando construir esa procaz torre en un lugar tan reducido pues priva de cualquier posiblilidad de perspectiva de no ser estar encima de ella y ponerse a mirar hacia arriba. Hemos acabado paseando por el Soho, todo un bullicio de gente subiendo y bajando, callejeando. Singular esa arteria plagada de librerias que es Charing Cross, a mas de la cantidad de teatros existentes en sus aledanos. Londres es una ciudad, aun su descomunal dimension, humana, con edificio de varias alturas en el propio centro, plagado de jardines y vegetacion repartidos por toda la ciudad. Londres es un hormiguero multicultural de una perfecta integracion racial, una ciudad majestuosa aunque de abundantes edificios neclasicos y neogoticos, y que pretenden estar a la altura de ese imperio que fue. Un espectaculo de nuestro tiempo su callejeo.

viernes, 20 de abril de 2007

Poesía en pie de paz.

Poesía en pie de paz. Modos del compromiso hacia el tercer milenio de Luis Bagué Quílez. Premio Internacional «Gerardo Diego» de Investigación Literaria 2006. Valencia: Pre-Textos, 2006.
Imposible olvidar que en los noventa hubo una guerra en las trincheras de la poesía española, entre quienes acabaron constituyéndose en discurso hegemónico bajo la etiqueta ambigua de «poesía de la experiencia» y una suerte de discursos periféricos de fuerte compromiso social pero menor presencia mediática. El autor del presente ensayo estudia profusamente las dos últimas décadas para confirmar a su vuelta del siglo el arcoiris de movimientos poéticos que atraviesan el panorama castellano todos ellos bajo el marchamo a su decir de «poesía comprometida», sean del signo que sean. Y no es que ello no sea bonito, por aquello de que los happy end siempre resultaron más tranquilizadores que los dramas convulsos, pero pretender decir que aquí paz y allá gloria después de todo lo llovido —en todos los sentidos y en todos los frentes— se nos antoja un tanto excesivo simplificador para lo ocurrido, una hipérbole un punto licenciosa. Tanto más cuando concluye que toda esta guerra abierta entre capillas poéticas regionales “vuelven a mostrar su inevitable solidaridad y, gracias a ello, la poesía se convierte de nuevo en una cuestión moral” (95). En aras a unos estudios críticos y a la dedicación de quienes con ellos pretendieron desenmascarar los embustes del poder (del discurso), resulta imposible concluir que donde antes guerra ahora paz.
Inevitable —y necesaria— la fundamentación filosófica con que arranca su estudio Bagué (con el fin de diferenciarlo de la modernidad), con no ser del todo incoherente aun a pesar de faltar esa diferencia necesaria y a todas luces clarificadora entre el pensamiento débil y el fuerte postmoderno (que desde luego lo hubo), se hace más necesario todavía un inexistente estudio sociológico del periodo objeto de estudio por ser el verdadero explicador de cuanto ocurre en la lírica desde la famosa antología de Castellet. Desde ese momento, administrada a través de una frondosa selva de antologías generacionales, sólo es posible avanzar con el estudio publicitario, mediático y propagador del marchamo poético al ser su motor y revulsivo desde unos ochenta en que España comienza a despegar hacia el neoliberalismo y su doctrina consumista una vez bien instalado el gobierno de Felipe González en el poder. Menos mérito se le puede quitar a su autor en la ardua y extensa contextualización del surgimiento de los poetas tanto en los 80 como en los 90. Pero Bagué repite los argumentos más trillados de la crítica oficial a la poesía de los 80 al justificar la manida idea de “utilidad, normalidad, antivanguardismo” (58) que llega a su capitoste García Montero en forma de lo que llama «dimensión ética» en términos de “intento de devolverle a la poesía su facultad originaria para conmover a los lectores y apelar a su racionalidad” (58), y sigue justificándolo en términos imposibles: “una utilidad situada a medio camino entre el concepto ilustrado de moral privada y el concepto materialismo de conciencia cívica” (58). Culmina con la citación de unas palabras del propio García Montero justificativas del término, incluso admitiendo su origen en la sociedad de consumo y el nuevo viro que imprime al mismo como sinónimo de “el conocimiento, la reflexión individual y la indagación en los fundamentos de la vida nos hacen más libres” (cf. 59) muy a pesar de que ideológicamente el contenido de esa poesía que representa este autor sea todo lo contrario privacidad y compromiso íntimo de acuerdo con la nueva ideología ya arraigada en la sociedad: individualismo popperiano. Eso por no hablar del concepto de «normalidad» que maneja, es decir, cuanto se ajusta a su poética marcadamente realista, cotidiana e intimista. Pero el compromiso que le adjudica Bagué es el del “desvelamiento de la norma social” y “la autoconciencia de clase” (60) como si bastara ‘norma’ (la palabra mágica), ‘compromiso’ (palabra comodín) o ‘conciencia’ (¡quién no la tiene!) como para ejercer de ella (bien que critique el dogmatismo similar al que critican ellos con el rechazo a las vanguardias anteriores). Recordemos que la palabra martillo no golpea y que proferir la bondad no significa personalizarla.
Aun bajo el marchamo descriptivista y laboriosamente notarial que preside el ensayo de Bagué, no deja de ser preocupante que cuando analiza la contra a la poesía de la experiencia en corrientes como (el grupo cordobés de) la «poesía de la diferencia» describa su germen y desarrollo como crítica pero en ningún momento aluda a que se construye como intento de doblegar la dinámica oficial canonizada ya por ese entonces en la corriente experiencial sin aportar más que el intento de derribar para auparse a ellos mismos, al arrimo de las críticas que iba recibiendo esta otra corriente oficializada, un provecho propio que Alicia Bajo Cero nunca entendió entre sus postulados por mucho que algunos de sus miembros fueran destacados poetas de otras corrientes dispares, sino sólo se dedicaron a abundar con aparato crítico-teórico en la infamia (de lo que llevaba un tiempo ocurriendo). Es ahí donde mete, injustificadamente, en el mismo saco a la poesía de la diferencia con el colectivo crítico Alicia Bajo Cero, o con la estética de la resistencia del sector onubense Voces del Extremo o la poesía practicable de Jorge Riechmann (94). Error grave: nada más lejos. Alicia Bajo Cero no sólo pretendió con sus escritos alertar sobre el grado de perversión verbal que llevaba un tiempo ocurriendo en el discurso poético pujante de lo que se llamó «poesía de la experiencia» sino en la crítica que confirmaba y legitimaba (extendiendo la correspondiente alfombra bajo sus pies) al movimiento, intentado clarificar concepciones y poner las cosas en su sitio: sólo quienes prefirieron hallar en esa crítica ideológica enfrentamientos personales, como se pretendió, redujeron el meollo del asunto a lo más trivial sin querer entender nada o mejor llevándolo al siempre interesado terreno personal al que desde luego el colectivo nunca bajó por parecerle innoble, inútil, improductivo y sin el menor interés crítico. De algún modo allí se criticaba el apenas presente riesgo en la composición y la reiteración de manidas fórmulas del pasado que acaban arrinconando a esta formación en un conservadurismo ideológico escritural que alguien llamó decimonónico, a la postre ensimismado por sujetos que se veían enamorados en el espejo de su sonrisa y diciéndole al mundo qué mal hecho estaba todo y qué desgraciados eran por tanto despropósito: lo que se llamó «estética de perdedores para consumo de triunfadores». Todo eso está arduamente historiado, pero desde luego aquí NADA DE NADA, como si tal no existiera o hubiera sido borrado de la historia.
Y entrando en aspectos esenciales de las perspectivas teóricas de lo que dice llamar Bagué «compromiso» en este periodo objeto de estudio (cap. III), con ser cierto que hereda la «otra sentimentalidad» el bagaje teórico de su maestro Juan Carlos Rodríguez, esa historicidad de la literatura no sólo les lleva a recuperar el compromiso en palabras de Bagué “canalizado hacia la transformación del presente y la discusión sobre el futuro” (107), sino que su magisterio sirve para propugnar todo lo contrario a lo que practican tanto García Montero como el resto de diligentes discípulos tomando al pie de la letra las enseñanzas de un guía marxista que les transfería ese marchamo cuando dentro de la piel de cordero se podía esconder cualquier lobo neoliberal ya campante por entonces, capaz de devorar una realidad inmediata de clase media que vivía confortablemente una vida que se les vuelve abúlica de tanto mirarla melancólicamente y de pensarla en términos de trivialidad evanescente entre barras de bares, copas de alcohol y chicas de una sola noche. No existe entre los argumentos de Bagué el menor enjuiciamiento entre lo dicho por éstos y lo practicado sino aceptación de lo que dicen hacer éstos, pero lo bien cierto es que sus prácticas poéticas, clónicas todas ellas de sus cabezas visibles que marcan el ritmo, las más de las veces caen en flagrantes contradicciones, por ejemplo al unir poesía y realidad limitándose al famoso “poeta vestido con vaqueros”, pura pose y forma sin mayor densidad sígnica. ¿Acaso el mono azul o la pelliza de gañán de Miguel Hernández son menos cuantificadores del hecho poético que la chaqueta de JRJ?
Por su parte, incluir a Roger Wolfe, como representante del realismo sucio, en idéntico saco a poéticas tan disímiles como las de Pablo García Casado o David González, y además admitirlo como poesía comprometida es un buen ejemplo de la laxitud del concepto que maneja en el que caben toda suerte de escrituras del final del siglo. Si bien reconoce que los postulados de los seguidores del realismo sucio como es el caso de R. Wolfe “desafían la retórica izquierdista”, pero dice hacerlo “mediante una interiorización del compromiso que se opone a cualquier forma de demagogia” (150) lo cual es insólito en una poética engolfada en la abulia vital juvenil, explicable según éste por la alineación que viven sus sujetos protagonistas en la sociedad actual. Una línea poética entrevista por su heterodoxia recuperadora del compromiso —dice— a través de una salva de temáticas relacionadas “con los principales modos del compromiso en la poesía española contemporánea” (151), cuando el primero, Wolfe, hace de la abulia y de la estética del derrotado para consumo de triunfadores toda su pose artística y su bagaje.
Igualmente todo parece valer al clasificar por subgéneros la poesía del momento en aras de una imposible justificación, por ejemplo un «epigrama crítico» representado por autores como Víctor Botas, Martínez Mesanza, Juaristi, Iribarren, etc. cuando la crítica ha demostrado con suficiente aparato crítico la huida que producen las más de las veces (casi siempre) hacia un pasado idealizado frente a un presente que se les torna díscolo, y sin embargo Bagué entrevé que “la anécdota se encuadra en un indefinido decorado pretérito, que actúa como metáfora del presente” (169) y luego sigue abundando en esas razones en los siguientes términos: “permite compatibilizar el reflejo de la realidad inmediata con cierto alejamiento emotivo” (172). Lo insólito es que mezcle a Martínez Mesanza con Suñén o Martínez Sarrión con Botas. Del mismo modo dice ocurrir con la «sátira» en Miguel d’Ors, Juaristi, Carlos Marzal o L. Alberto de Cuenca y además contradiciendo la supuesta frivolidad que exhiben y por el contrario “La emanación psíquica, la llaneza expresiva [...] y la sonora musicalidad inciden en una atenta mirada a la historia reciente y a la geografía costumbrista actual. De esta forma, la nueva sátira entronca con la recuperación del compromiso sin renunciar a sus cimientos figurativos ni a la complicidad con el lector.” (184). En fin.

Reducir “El panorama poético de los últimos años” a una “manifiesta recuperación del compromiso” (335) con el pupurri llevado a cabo en la segunda parte del ensayo, a modo de ejemplificación en el capítulo VI analizando más detenidamente cuatro poéticas significativas de cada una de las sensibilidades del compromiso antes manifestadas, y a través de un poemario de cada autor, de nuevo poniendo al mismo nivel ejemplificador a Riechmann con Wolfe o a F. Beltrán con García Montero es el intento de constatación del desaguisado crítico llevado a efectos hasta ese momento, el modo de justificar lo injustificable, por supuesto legítimo en Riechmann o Beltrán pero imposible de hacerlo en las poéticas de Wolfe o García Montero.
Si el título mismo da cuenta del carácter re-conciliador de las más diversas corrientes poéticas en pugna presentes en el final y principio del nuevo siglo, éste resulta imposible por ser tanto como juntar agua con aceite en la caldera lírica de nuestro tiempo, cuando llevamos cocinada tanta bibliografía que se ha desgañitado en demostrar lo otro. Considerar como parte del bagaje en el haber lírico de la poesía de la experiencia el compromiso es tanto como asumir el todo vale y el ancha es Castilla de nuestra tradición. En honor a la realidad, y a una liza que tuvo en vilo al panorama poético de los noventa, no podemos desdibujar el total de los tramos de esa historia ni todo ese caudal ya frondoso de estudios que demuestran todo lo contrario, clarificando el orden del compromiso en nuestras letras poéticas. No entrar en liza con la dialéctica pionera de Alicia Bajo Cero, tanto analítica, crítica como teóricamente —en todos y cada uno de esos estadios—, con los ensayos de Antonio Méndez Rubio o Jaume Pont y demás es tanto como obviar unas fuentes bibliográficas que se nos antojan hoy vitales para clarificar el periodo objeto de estudio, tanto peor cuando son meramente citados por su autor. El todo vale (del a río revuelto de tanto pensamiento débil), tratando de pasar de puntillas por el proceso creativo español viene enmarcado por un significativo “en pie de paz” (poema del capitoste de la corriente dominante) cuando fue todo lo contrario, a más de rotulado por el “compromiso” atravesado en todas las facciones invalidan lo que de por sí no es más que una exhaustiva, amplia, bien documentada y ambiciosa panorámica de la poesía reciente. ¿Por qué no panorámica en vez de lírica del compromiso en este frondoso repaso? Eso y sólo eso, pero desde luego en ningún modo discernimiento sobre el compromiso porque hacernos pasar lobos por ovejas a estas alturas del debate no genera sino mayor confusión y discordia de la habida, desequilibrio una vez más de fuerzas, esloramiento intencionado hacia quienes han gozado del favor de la publicitación y divulgación masiva, faltar a la realidad de lo ocurrido por esas fechas pretendidamente historizadas.
Visto lo estudiado por Bagué aquí parece que todo fueron estéticas comprometidas, desde el ecologismo incipiente de esos años hasta la realidad social y repudio al consumismo. Un apuntarse a toro pasado al carro de turno del oportunismo. Nada más lejos de lo sucedido. Cuando un ensayo del presente cariz genérico bien pudiera haber sido la salida del atolladero en el que se halla sumido el panorama poético vigente, por el contrario supone toda una regresión el hecho de que los peldaños subidos en favor de una oportuna clarificación han sido descendidos por la escalera de la confusión generalizada.Tan magra resulta la memoria que cabe recordar que aquí hubo una guerra, no por unos sino por los improperios (y el uso indebido, oportunista) lanzados al lenguaje de los otros. Y añadir que en las trincheras de la izquierda hay muchos surcos, sin duda algunos que miran con deseo a la derecha. Vencerán, una vez más, pero no convencerán. Lástima de oportunidad para poner orden y clarificar procesos en marcha con una perspectiva histórica amplia como la abordada. Lo notarial siempre quedó del otro lado de lo dialéctico. Bien pensado, Campoamor, más allá de su decir ripioso, hoy se nos antoja un poeta anecdótico del momento, curioso pero enteramente trivial en su decir.

lunes, 2 de abril de 2007

1 DE ABRIL: MARCHA CÍVICA AL «CAMPO DE LOS ALMENDROS»

Allí estuvimos. Fue una marcha cívica y testimonial, pero también un clamor republicano y una presencia contra la amnesia de nuestro tiempo. Una auténtica riada humana alicantina y venida desde diversos puntos de la geografía, varios miles, quisieron rendir homenaje a los últimos republicanos atrapados en la última tierra en caer antes de la arribada de los tiempos de la miseria definitiva. Hicimos el mismo recorrido aunque por un paisaje de viales muy diferente al de sus originarios al que honrábamos con la presencia y el recuerdo, y a diferencia de éstos con alegría contagiosa de una mañana de domingo soleada. El sol rompía en espejos contra las aguas de la bahía, las mismas aguas que contuvieron la marea humana de dignos luchadores antifranquistas por la República legítimamente constituida, y que a la vana espera de barcos enviados por las potencias que nunca llegaran a Puerto, les llevaron al desespero, a la impotencia, al comienzo de otra amarga historia. La concentración partió de la bocana del Puerto y enfilamos la playa del Postiguet para proseguir hacia la Goteta por la Avenida Denia hasta arribar al mismo Campos de los Almendros en el que Max Aub no dejó de testimoniar este último capítulo de la ignominia del pueblo español, sin haberlo pisado nunca pero consciente del peso de la épica de la resistencia allí condensada y reproducida por terceros informantes de viva experiencia. Miles de prisioneros republicanos, custodiados por militares nacionalistas llevados hasta esos campos en flor que se volvieron desesperación antes de dar lugar a la muerte, al envío a otros campos de concentración de la provincia o a cárceles más umbrías. No hay rastro de aquellos almendros y apenas un descampado asediado por el mal del hormigón de nuestro tiempo testimonia el lugar exacto de la última tragedia de nuestro pasado común. Sin embargo, lo nuestro fue festivo y alegre, el de una marea de miles de ciudadanos acudidos hasta allí para reconocernos en la libertad y celebrar el tamaño del sacrificio de nuestras antepasados, que no fue en vano y que estamos dispuestos a seguir llevando ese frágil testigo. Una pancarta bien lo advertía: “No hay dos sin tres: Por la III República”. Curioso el que de entre aquellos campos con almendros en flor hoy miles de penitentes consumistas se entreguen a diario al frenesí de su acto favorito acudiendo a esos dos centros comerciales que en sus extremos desafiantes flanquean el antaño campo de los almendros, ignorantes voluntarios del espacio que ocupan. En pleno campo de los almendros el cibernauta se topa con ese singular teatrero y animador cultural de la ciudad que es Juan Luis Mira, y nos cuenta cómo de niño con sus amigos se escapaba desde la barriada del Pla a jugar a estos campos todavía repletos de almendros pero sin tener la menor conciencia de la historia enterrada en el suelo que servía para sus diversiones infantiles porque un manto de silencio cubrió la tétrica postguerra española, nos cuenta su ilusión de representar algún día su obra teatral Mar de los almendros, ganadora del Premio Kutxa de Irún en 2001, testimonio de ese espacio que ocupamos, y la lleva orgulloso bajo su brazo, y de seguro que por su incombustible obcecación algún día más bien pronto los alicantinos tendrán la suerte de ver representada esa necesaria recreación teatral de tan tétrica historia. Inolvidable el testimonio público de Ángeles Rubio, superviviente de aquella catástrofe humana y embarcada felizmente en el Stanbrook a diferencia de los desdichados que no pudieron subir a ese u otros barcos que nunca llegaron y que quedaron atrapados por el muro de contención del mar. Las palabras de Marcos Ana, en la distancia porque se le murió un colega de aquellas desdichas, el poeta que desde esos campos en flor partió al campo de concentración de Albatera, del que logró escapar para ponerse en manos de la causa antifranquista antes de ser pillado y penar con 24 años de su vida en cárceles por el solo delito de defender la libertad. Nos habló, llegado desde Francia, Rodolfo Llopis, el hijo del político, y el incombustible Cerdán Tato con su verbo incendiario. (En el recuerdo del cibernauta emerge ahora aquel singular acto por el que en su sesenta aniversario la Universidad de Valencia, con su rector Pedro Ruíz a la cabeza, rendía homenaje en el Paraninfo de la calle de la Nave a los brigadistas internacionales supervivientes allí presentes venidos de todas las partes, poniendo la carne de gallina y haciendo tremolar a cuantos acudimos.) Seguro que los diarios y telediarios no lo contarán pero, ese domingo 1 de abril de 2007, éramos un torrente humano y no había ya almendros en flor, pero ése fue nuestro modesto homenaje a aquellos últimos resistentes antes de que el país se cubriera con un manto de olvido y roña moral. Seguro que, de entre los cimientos, volverán a florecer de la nada, y estaremos ahí para volver a recordar, a tomar las calles y a sonreír cómplices como si el mundo se inaugurara de nuevo.

Menos Mal Que Algunas Semanas Tienen 8 Días

Menos Mal Que Algunas Semanas Tienen 8 Días, texto, dramaturgia y dirección: Pascual Carbonell, Cia Azahar. Intérpretes: Patricia España, Gema Gómez, Vanesa Gómez, Mónica Blat, Cristina Maimón, Mar Mira, David Bujalance, Luis Mendes; escenografía: Eric Coca; vestuario: Azahar. Sábado 31 de marzo, Teatro Arniches de Alicante.

Sentarse en el patio de butacas de la Arniches y dejar volar la vida, o mejor ponerla a bailar. Texto retomado por esta singular compañía alicantina, por única, para ganar en densidad, cuerpo y rotundidad. Desde aquel vencedor ‘Alicante a Escena’ hasta la actualidad han pasado nada menos que 7 años pero gana en empaque y madurez la revisión de esta propuesta escénica. Coreografías limpias, sensibles, operativas, chisposas y perfectamente tramadas bajo tonada flamenca a la que le sienta bien tanta frescura. La de una estructura que avanza a buen ritmo por cada uno de los días de la semana hasta contabilizar un octavo último de ensueño en el que empieza, o culmina según, el sarao. Hay mucha gracia juvenil sobre el escenario de la Arniches, una dirección que saca partido al total del elenco, y por una vez la palabra no hiere en el baile sino se integra a la perfección en una propuesta de teatro-danza que hace de la ironía virtud, de la jovialidad vida, que le planta cara a nuestra realidad para conjurarla, pero al tiempo no deja de lanzar puyazos a nuestra santa cotidianidad de todos los días. Mucha energía sobre un escenario limpio y perfectamente resuelto, la de un cuerpo de baile que da creatividad al total de coreografías tramando un divertimento que ya quisieran para sí muchos de los profesionales de la danza contemporánea que circulan por los escenarios de las grandes ciudades. Y entretanto el cibernauta piensa qué mísera esta ciudad de sol y playa, hipócrita y falsamente cosmopolita: de ser todo lo contrario esta millor terreta, tendría a más de sus varias compañías teatrales altamente profesionalizadas a Azahar en el estandarte de la danza contemporánea del terruño. Ciudad infausta incapaz de reconocer a sus talentos. Mientras tanto el cibernauta anota en su diario el recuerdo del goce de una función que le reconcilia con el arte escénico y con la vida a un mismo e idéntico tiempo.

CUADERNO DE BITÁCORA

El viajero recuerda haber recorrido en un pasado remoto campos, trochas, sendas, caminos... territorios todos ellos de una espacialidad que sólo habita ya en el recuerdo de su memoria; hasta parecen flores aquellas hortigas que le salían a su paso. Pero el viajero se lanza de nuevo al camino, ligero de equipaje, con lo justamente necesario, un teclado y un afán de anotar sobre una pantalla que emite signos electrizantes repentinos, enigmáticos signos, en un espacio que escapa a toda territorialidad y sin embargo anuncia astillas de fragmentos de lugares que es capaz de reconocer, espacios que recorre, lugares de que se impregna. Así, el viajero se hace eco de los escenarios de su vida, las pantallas que le habitan, los paisajes que le envuelven, los lugares y las vivencias que le alientan, cuanto da sentido y ofrece diatribas en el trajín diario del recorrido. Pero no es caminante con cuaderno en ristre ya lo que le dinamiza sino una invisibilidad más etérea que el aire, una inmensidad ignota frente al rectángulo iluminado de su pantalla, una indescifrabilidad de lo que tiene frente a sí. Alimentado por los sueños y deseos, entre el rumor de los días y la realidad infausta de los media, el viajero se dispone a dar testimonio al tiempo que ofrecer su cotidiana visión de los hechos. Esta, este, estos navegantes son multitud y en su unión tienen toda la fuerza de ser uno y de ser todos al tiempo. Mujer, niño, gay o lesbiana, indígena, obrero, piquetero, lacandón, subsahariano, palestino, chino o indio fabril, ecuatoriano o tibetano, todos los parias por quienes fuimos abrazados por el mundo entero y se nos sacudieron las entrañas y somos multitud y se nos agolpó repentinamente el calor todo del universo en esta parte del cerebro para salvarnos... Es por eso que el navegante se sabe ahora cibernauta de este espacio infinito, y con ayuda de su bitácora surca los inmensos espacios estelares de la galaxia, para testimonio e impugnación de este presente esbozado pero certero de un tiempo tan jodidamente apasionante, inverosímilmente real, tan estrechamente entreverado como este mismo cuaderno.