jueves, 21 de junio de 2007

El universo está en la noche

El universo está en la noche de Juan Carlos Mestre. Madrid: Editorial Casariego, 2006.
Juan Carlos Mestre es uno de los poetas más destacados del actual panorama poético español, bien que el club selecto de la oficialidad lírica le haya denegado el pan y la sal por no cantar al son que toca, como ocurre con un grupo de autores de muy diferentes tendencias, en realidad cuantas voces resultan fundamentales para (entender) nuestro tiempo. El caso de Juan Carlos Mestre es el de una poesía órfica y épica que hunde sus raíces en la tradición al tiempo que renueva formalmente el lenguaje.
El universo está en la noche es una cuidadísima y esmerada edición en la que Mestre versiona los mitos de la cosmogonía indígena precolombina azteca y maya engarzada certeramente dentro de una fidedigna reproducción de destacados códices de este pueblo indígena, trazando una dialéctica singular en el actual panorama poético (entre el pasado precolombino y su escritura presente). Culmina el proceso poético con unos acertados comentarios de Miguel Ángel Muñoz Sanjuán, editor literario del libro, para el lector curioso que quiera abundar en esa rica cosmogonía antigua y sacarle mayor partido al poema. Sin traicionar la vasta mitología precolombina, Mestre es fiel a su mundo onírico y surreal al que le aporta una mirada personal en una simbiosis más que cargada de aliento lírico, tanto en las metáforas que condensan aquel mundo desaparecido, en los periodos oracionales yuxtapuestos, en las reiteraciones como en una representación lírica de los elementos cosmogónicos. Reutiliza toda esa vastedad intertextual como flores, maíz, águilas, jade, jaguar... para uso propio sin desvirtuar el sentido originario; y ni que decir tiene que genera verdaderas joyas compositivas basadas en los cantos náhualts y mayas como el de la página 35 (“sólo vinimos a dormitar...”), el de la página 60 (“Los que pasamos frío...”), el de página 63 (“Sino bebía corazones...”) o el de la 126 (“Aunque fuera piedra preciosa”) por poner unos ejemplos. Mestre compone intrépidas imágenes surreales de nuestro tiempo pero con el aliciente de quedar adscritas al mundo originario del que surgen, reproduce (es decir, vuelve a componer) con tino certero el aliento poético elegíaco de la poesía náhualt en un ejercicio que se nos antoja singular en este presente del todo vale. Además, adobado con su particular visión plástica en la que el ojo lector engaza el poema.
Desde luego Mestre recupera algo tan necesario en el senil panorama poético presente como es el gusto por la poesía y el cantar frente a un contar bastardo cotidiano (bien que éste —frecuentemente— lo transforme en el otro de acuerdo con su cosmogonía originaria). Una poesía que recupera el sentido fundacional de la creación, muy necesaria para reubicarse en el actual y putrefacto panorama poético español precisamente porque se hace necesaria una refundación que deje las cosas en su sitio. Por eso los siguientes versos no dejan de aportar significatividad añadida en el momento en que es publicada esta joya poética: “Cuando dejas de cantar el pájaro burlón, el abismo es el destino de todos los que mueren” (26), perfecta concepción del canto náhualt de las culturas antiguas anteriores a Colón, pero acaso más necesaria que nunca en tiempos de bastardeo y sustitución del contar por el cantar en los más diversos discursos de nuestra realidad contemporánea, incluido y sobre todo el poético. O como en otro verso dice el poeta: “Soy el cantor, vengo de la casa de las delicadas mariposas. / [...] Sólo venimos a llenar un oficio en la tierra, oh amigos, / también yo he de irme cuando las flores mueran.” (41). A ver si se enteran capitostes poéticos actuales que eso lo cantó un poeta anterior a la llegada del hombre blanco a América pero sobre todo lo vuelve a cantar Mestre, en este presente de nuestro tiempo de palabras casquívanas y prescindibles, un poeta tembloroso que ya no (afortunadamente) emociona sino conmociona (como debe ser). Es pues que esta edición lujosa (por lujo material y por excepcional en nuestro panorama poético, al integrar imagen y palabra como pocas) está destinada a una función destacada para quien involucrado en las lides poéticas actuales deje de mirar para otro lado. Una joya para leer pausadamente y saborear como bien merece. Una placer inmenso, pues, lleno de sensualidad, sabiduría y recreación poético-histórica que irrumpe en éste nuestro tiempo para obligarnos a re-pensar el hecho poético.

XVII MOSTRA DE TEATRE D’ALCOI

(III)
El sábado 16, día de clausura de la Mostra, apenas pudimos ver los dos últimos espectáculos que pasamos a comentar.
Por su parte, Cabaret Cartagena firma el espectáculo de cabaret-circo La trouppe Malabó, ofrecido en el caluroso patio de la Plaça de Dins, con pretensiones ser servido a toda clase de públicos pero de una simplicidad apabullante, aburriendo al variado público allí congregado a pesar de la vistosidad de la vestimenta y de las pretensiones clownesca de un espectáculo que tiene mucho de ingenuidad y entretenimiento sin mayores gajes de oficio. ¡Qué triste no arrancar apenas risas unos clowns!
El broche final lo puso la alcoyana Sol Picó con su compañía de Danza que cerró la Mostra con el estreno de su nueva producción La prima de Chita, un alarde de creación a la altura de esta bailarina y coreógrafa. Tienta diferentes lenguajes escénicos, desde coreografías muy creativas, teatralidad escénica, una música originalísima y muy variada según los números. Si Tarzán de los monos pertenece a la creación de la era colonialista cuando llega a su fin, bajo el título de La prima de Chita Picó se plantea, vistas las cosas en la tierra, el colonialismo espacial de un nuevo planeta jugando con metáforas muy potentes de la huida hacia lo desconocido, con muchos puntos de irreverencia y onirismo en su viaje, humor ácido, irreverencia y sobre todo creación surreal desmedida en un espectáculo que, jugando en casa, se metió a sus paisanos y a gente del mundo del teatro en el bolsillo con su joven compañía de bailarines. Todo un alarde de creación que tiene a Barcelona como epicentro, para desgracia de la tierra que le vio nacer y crecerse como artista. Aun no siendo nadie profeta en su tierra, su prédica hoy tiene la referencia de ser ya una de las más creativas bailarinas del lenguaje corporal contemporáneo, aspecto que una vez más la cultura catalana ha comprendido perfectamente para hacer de ello su bandera. Y no de otro modo podría entenderse una producción que no para en recursos, incluído un singular títere gigante de gran belleza y expresividad en la coreografía final. Sol Picó vuelve a brillar con luz de genio propio en este nuevo espectáculo. Un derroche de imaginación puesto al servicio del lenguaje más contemporáneo del movimiento corporal.
El tradicional Premio de Teatro Ciutat d’Alcoi fallado durante esa noche de cierre recayó por esta edición en la autora catalana Marta Buchaca en una obra, Plastilina, que aborda la violencia en la sociedad actual.

lunes, 18 de junio de 2007

XVII MOSTRA DE TEATRE D’ALCOI (II)

La tercera jornada de la Mostra de Teatre d’Alcoi, viernes 15, congregó el estreno de —entre otras— L’infern de Marta producida por la compañía local La Dependent. Una obra firmada por el dramaturgo valenciano Pasqual Alapont que pretende abordar el asunto de los malos tratos entre parejas a través de una joven relación entre dos estudiantes, y cuya perspectiva es la idealización femenina del enamorado quedando atrapada en una red de sentimientos de los que no logra escapar. Puesta en escena efectista, práctica y resolutiva, en una interpretación correcta con actores ajenos a esta histórica compañía alcoyana, y dirección correcta pero discreta de esa gran directora que es Gemma Miralles. El autor del texto sigue descendiendo por esa vertiente elegida personalmente (sin necesidad alguna después de firmar otros clarividentes) de entrega a un teatro facilón, adolescente y consumista, con buenas dosis de sentimentalidad tópica para abordar un problema tan profundo en nuestras sociedades contemporáneas como es el de los malos tratos domésticos, quizá porque la simbiosis entre compañía y escritura le resulte ventajoso económicamente pero desde luego sin mayores pretensiones que las de llenar patios de butacas de estudiantes aborregados. No se puede negar la profesionalidad de una puesta en escena con ciertas dosis de buena armazón estructural y una también audaz composición estructural del texto, pero desde luego la ligereza de una comedia que acaba en tragedia, precisamente por su actualidad temática, no reporta más que superficial barniz social a una de las problemáticas de mayor preocupación en estos tiempos de violencias domésticas escondidas en las vidas cotidianas.
Por su parte, Ornitorincs pone en escena Mala ratxa. Glengarry Glenross de David Mamet, la sátira sobre el negocio inmobiliario que firmara en 1983 —por la que consiguiera el Pulitzer— y que tanto tiene en común con El Método Grömholm de nuestro Jordi Galcerán. En el escenario un duelo interpretativo de emblemáticos actores valenciano, el aliciente de ser dirigida por el actor Carles Sanjaime, y la propuesta de unos de los grandes de la dramaturgia contemporánea con un asunto de vital importancia y vigencia en nuestra sociedad: el ramplón mundo de los negocios y la inhumanidad condensada en personajes convertidos en villanos con tal de cumplir objetivos laborales, víctimas del sistema capitalista. Una propuesta espacial de Javier Quintanilla que, sin ser deslumbrante, es correcta, y a la que no se le saca todo el partido que debiera, una dirección actoral de Sanjaime también correcta pero excesivamente plana, sin sacar todo el partido que debiera a tan destacado elenco actoral, y que no acaba de entender la importancia impulsiva y rítmica de los ágiles diálogos del dramaturgo norteamericano. Así, vemos a un estupendo Pep Ricart muy metido en su papel con aspavientos y gestos que desvelan mucho más que sus parlamentos, a un Miguel Ángel Romo desarmado y disminuido de recursos en la tarea de construir a un jefe de oficina, a un Sanjaime interpretando a un vendedor muy seguro de sí mismo correcto, o a una Galotto también correcto, pero a una María Poquet actuando como policía en busca de pesquisas desarmada actoralmente sin estar a la altura de las circunstancias; cada quien componiéndoselas como puede sin unidad interpretativa. Sanjaime no saca todo el partido que debiera al espacio escénico y mantiene situaciones excesivamente estáticas sin resolución alguna. En cualquier caso, no deja de ser una gozada en los tiempos que corren ver sobre el escenario una obra de este cariz por su vigencia, y reconforta la sutilidad de los diálogos mametianos en una versión valencianizada que uno no tiene claro del todo su eficacia al confundir al espectador con terminología no asequible mientras en otras ocasiones sí se hace local la historia con ejemplos de la ramplona especulación urbanística de nuestra costa. Un montaje con claroscuros pero que no deja de mostrar la singular apuesta de esta joven compañía.
Por su parte, Germinal Producciones apuesta por la obra de Joe Penhall Unes veus. Una propuesta de la que cabe destacar sin duda una cuidadísima puesta en escena a partir de un espacio escénico desnudo con apenas utensilios a los que sacan un gran partido dramatúrgico, la proyección sobre fondo de paisajes creando ambientes interiores y exteriores excelentes, una luminotecnia precisa y un espacio escénico sobresaliente en suma. La interpretación actoral y dirección de actores por parte de Marta Angelat es excelente. Sin embargo el texto resulta demasiado hinchado y demorado para una trama ágil y con perfecto ritmo pero que llega a cansar al espectador. La historia de cinco personajes con sus problemas cotidianos y sombras, con el trasfondo de la enfermedad mental como abismo al que nuestras sociedades están abocadas es un tanto confusa por la cantidad de ingredientes que condensan sin acabar el espectador de obtener un objetivo preciso. En cualquier caso, una factura de desmedida profesionalidad escénica y clara vigencia.
El broche de la noche lo puso Xavi Mira en la Plaça de Dins con un musical titulado Tupperware d’amor. Acompañado de músicos, el actor alcoyano se arranca con la más desconocida de sus facetas como cantante de clásicos americanos y temas jazzísticos que sorprendieron al público por la alta cualidad de su voz en una muy grata velada. Jugaba en casa y triunfó.

jueves, 14 de junio de 2007

XVII MOSTRA DE TEATRE D’ALCOI

Ayer miércoles 13 dio comienzo la cita anual por antonomasia del teatro valenciano, que avanza la programación de la próxima temporada. A más del tradicional punto de encuentro entre profesionales del sector con los más diversos stands publicitarios de los diversos sectores teatrales, compañías y organismos, tuvo lugar un espectáculo de Ballet español y la actuación de compañía brasileña Duoanfibios para público infantil con una versión del mítico poema de Gilgamesh que no pudimos ver.
El maestro de la dramaturgia escénica Antonio Díaz Zamora se arranca con una versión de Las sirvientas de Genet producida por Zircó dándole la vuelta a la tortilla a tan trajinada historia con la representación de la famosa relación ama/criada con personajes exclusivamente masculinos, forzando así su sentido en claro gesto contemporaneizador de lo escrito por el autor en los años 40. Díaz Zamora lleva a cabo una propuesta atrevida con excelentes resultados interpretativos del dúo actoral y escénicos en un producto que a pesar suyo y del atrevimiento quizá cueste entender. La creación espacial, a la altura del montaje, limpio y creativo, con un sugestivo juego de espejos, y perfecta resolución espacial tiene el defecto de su redundancia de las imágenes mostradas. Hay momentos de gran tensión dramática y perfecta resolución escénica en unos actores que están a la altura de las circunstancias a pesar del reto que supone reencarnar a personajes femeninos tan marcados.
Por su parte, Bramant Teatre presentó un texto escrito y dirigido por Jerónimo Cornelles que hace honor a su título, Reencuentros, y que a través de una serie de sketchs de situación todos ellos entrelazados presentan los reencuentros de antiguas parejas con un poso de amor a pesar de la distancia y el tiempo, todas ellas de amores hoy legales (homosexuales, travestis) pero tradicionalmente ‘dudosos’ para una sociedad de moral intachable aun creyéndose moderna. Actuaciones correctas y personajes bien construidos se acompañan de una idea muy original como es la filmación de primeros planos del rostro en una pantalla de fondo a la que pudieran haber sacado más partido gestual y dramático. La construcción espacial, interpretativa y resolución de conflictos hilvanados no deja de ser correcta. El único problema es una cierta cotidianeidad de acciones que esloran hacia una nostalgia a veces un tanto ñoña y sin mayor conflictividad apuntada. Hay buena dosis de humor que prende en la sala. De manera que el joven dramaturgo Cornelles va haciéndose un espacio en el teatro que retrata la sociedad contemporánea.
Por último, y como plato fuerte del día, en el recién inaugurado Teatro Calderón tuvo lugar la representación del último montaje de Comediants El gran secreto, firmada por el alma mater de la compañía Joan Font y por el joven dramaturgo Albert Espinosa. Bajo la excusa de una cuarta pared de la caja escénica por esta vez tabicada y bien visible, un joven autor presente en la sala comenzará a conjurar ese mundo en una ceremonia de iniciación histórica al teatro que arranca desde los primates, los primeros homínidos, hará calas en el momento fundacional la Grecia antigua, continuará con la Comedia dell’Arte italiana, la comedia de capa y espada y amor romántico en forma de sespiriana tragedia de amantes de Verona y culminará en un tiempo presente de psicodelias multidisciplinares varias. Aun a pesar de su simplicidad histórica, tiene en su haber la sencillez y coherencia de una propuesta metateatral que actúan como divertimento y hace pasar una muy grata velada a los espectadores. El mundo onírico de Comediants está representado en forma de máscaras, títeres inflables, fuego y ensoñación continua. Destaca la creación de un espacio desnudo mutable de alta capacidad de sugerencia y operatividad absoluta. Sorprende que, después de tanto años en la ola, esta compañía de recorrido internacional siga cautivando con una frescura que no ha perdido. Un espectáculo desde luego chisposo por su mutabilidad, creativo por su capacidad de generar ambientes y mundos diversos, y que hará las delicias del público allá por donde pase.

jueves, 7 de junio de 2007

BARBARIE ARQUITECTÓNICA DE NUESTRO TIEMPO

José Joaquín Parra Bañón, Bárbara arquitectura bárbara, virgen y mártir. Colegio Oficial de Arquitectos de Cádiz, 2007.
Sugerente, nada común y repleto de relaciones tentaculares con todas las artes es este tratado de arquitectura que toma como lugar medular a Santa Bárbara, consumadora mitológica, entre otras, de la arquitectura (su viva metáfora, y por tanto, patrona), de la pintura (figura representada en lienzo) y de la escritura (personaje literario), administradora de la luz y de los interiores. Así nos lo hacen saber todos esos trípticos pictóricos que la representaron con la torre erecta a lo largo de la historia para testimonio del paso del caos al orden humano en la naturaleza. Es por ello que inicialmente, tras declarar la obligación de la iglesia de hacerla santa, se pregunte Parra Bañón, siquiera retóricamente, si la arquitectura se alimenta “del cadáver de una santa sin reliquias” (p. 13). Todo lo que venga después será su intento de respuesta. Pero Santa Bárbara, después de tantos siglos de representación pictórica soportando el orden de la naturaleza humana, la santidad religiosa con su martirio, el mito literario, nos sirve para explicar esta suerte de martirologio moderno que es a la postre la arquitectura obscena contemporánea y de la que España es soberana representante. Y como arquitectura corporal que es, constituye en sí todo un edificio, que no es otro sino el de su cuerpo desmembrado: “una torre izada en medio de ninguna parte” (p. 14). Una de las piedras angulares de la arquitectura, al igual que el caracol, con la casa siempre a cuestas, puro ermitaño pero que obliga a convocarla en el debate zafio de la arquitectura de nuestro tiempo. Una plurisignificatividad de la Santa, apropiada por los más diversos poderes de la historia, en especial el omnipresente religioso, para sacarle lustre, y que sigue explicando un tiempo con otra clase de martirios y penalidades, tótem por tanto sagrado y laico, escurridizo pero que sigue señalando las transformaciones humanas en el marco de la naturaleza como quizá ninguna otra figura mitológica, tal cual alumbra en el preámbulo de su ensayo Parra Bañón: “Santa Bárbara es la última esperanza en la batalla sin cuartel contra el fascismo y el mercado negro de la arquitectura depredadora” (p. 16).
Para clarificar todo este embrollo, comienza a desmadejar el origen lingüístico y el sentido etimológico del término ‘bárbaro’ (bàrbaroi) en la Grecia antigua cuando así comenzaron a ser llamados quienes procedían de tierras lejanas, ignorantes del idioma de la Hélade y por tanto imposibilitados para la comunicación: bárbaros eran quienes balbuceaban de modo incomprensible, pura onomatopeya compuesta por «bár-, bar» para aludir a esos extranjeros, a igual que los «barbarus» romanos al referirse a quienes acosaban los límites del imperio (por tanto se pasa de la mera apelación nominativa a la causa bélica de un imperio a otro): alusión a quien está más allá del límite. En ese sentido, la arquitectura no deja de ser —contra lo natural (no hay arquitectura vernácula en la historia)— bárbara, extranjera, puro artificio: resultado de una imposición, de una cultura estrictamente colonizadora. Es por eso que Parra asimila la arquitectura a la “manipulación, metamorfosis, transformación, desplazamiento, transporte. Es insatisfacción, insuficiencia, inadecuación, trasgresión, transfiguración” (p. 19). La barbarie de la arquitectura reside precisamente en su condición de foránea y artificiosa, violenta e invasiva, colonizadora y depredadora, transformadora y agresiva, por su carácter interventor y destructivo de un estadio (natural) previo bien que su motor sea la mejora y superación de lo habido; pero también dice ser bárbara por su afán (originario griego) de poner de manifiesto las diferencias, llamar la atención y no pasar desapercibida bajo ningún concepto, reclamar con su gesticulación un lugar en el mundo. En otro lugar, aborda la poliorcética y la concepción destructora de la arquitectura al dispersar lo agrupado y alterar el orden existente para imponer otro nuevo a priori mejorado.
Para el autor de este ensayo Santa Bárbara es la consumación de la carnalidad arquitectónica, lo tangible, una transformación en manos de la imaginación. Afirma que “Santa Bárbara, virgen y mártir, es la patrona de la arquitectura por el simple e iconográfico motivo de que está indisolublemente unida a una torre, vinculada a una torre genérica y alegórica que suele haber a su lado, o en sus brazos” (p. 34); pero también no deja de ser patrona de un amplísimo colectivo profesional como mineros, peritos e ingenieros de minas, canteros, cavadores de tumbas y poceros, albañiles y constructores, artilleros, artificieros, ingenieros de armamento y otros militares, bomberos, pirotécnicos y quienes manipulan el fuego, fundidores de campanas y fundadores de cañones, así como protectora contra el rayo y el aparato eléctrico de las tormentas, y contra las llamas de incendios; pero indirectamente también por haber padecido la cárcel es patrona de los presos, de los pedreros, de los perforadores de petróleo o acequias, de los fabricantes de armas, y también por su representación con un libro abierto se suele aplicar a los estudiantes, y a buena parte de los gremios y oficios.
Relata el ensayo las numerosas torturas a que fue sometida Santa Bárbara (p. 41), los motivos de su pasión. Santa Bárbara, tras la Contrarreforma (y para defenderse de Lutero) fue utilizada eclesiásticamente como propaganda y apología de los sacramentos, en especial el de la eucaristía y el de la extremaunción (p. 151). Caída en desgracia, es recuperada para el arte y en concreto la pintura como lugar natural, aunque sea la arquitectura su espacio más significativo. Si Santa Bárbara fue en parte canonizada por la sucesión de pintores que la representaron junto a las ruinas arquitectónicas (mediadora entre quienes se dedicaron a la arquitectura y quienes a la salvación de su alma, en cualquier caso como protectora de inclemencias varias), no parece que este siglo vaya a seguir la tradición, más preocupado de aspectos pragmáticos y mercantiles que de representaciones sacro-santas.
Traza Parra Bañón a lo largo de su ensayo una suerte de tentáculos inevitables y bien sutiles de nuestro tiempo con la representación mítica y metafórica de la santa objeto de estudio, por ejemplo abordando el martirio en escritores célebres y obras literarias así como correlaciona la representación de Bárbara por ejemplo con iconos de nuestro tiempo como la muñeca Barbie, símbolo clónico por excelencia de un canon corporal occidental (p. 157). La arquitectura guarda un asombroso recelo con la impenetrabilidad y virginidad cristiana al ser todo su cometido la pureza pero tiene en la arquitectura opulenta contemporánea todo su pecado. Su relación con el artificio y la robótica no deja de ser incestuosa, y muy a pesar suyo que se le imponga la santidad de su inviolabilidad y preservabilidad, su aspiración a esa suerte de virginidad es batalla perdida pues una vez estrenada mediáticamente comienza su rápido deterioro y descomposición acelerada.

LA TORRE Y EL MURO
La arquitectura es una intervención que responde a alguna insatisfacción humana mediante la transformación de la realidad con objeto de adecuarla a sus exigencias y necesidades (más que necesidad e incluso deseo, en muchas ocasiones su motor es el capricho, tal cual atestigua la historia [p. 88]). Por eso la torre es el máximo exponente simbólico de la arquitectura, al ser la unicidad e individualidad arquitectónica (reverso del pozo y oquedad del aire), construida por acumulación y superposición, es una pértiga estable con la que asomarse el hombre más allá de su horizonte y probablemente iniciada cuando el hombre pasa de cuadrúpedo a erecto (bípedo); y como la de Babel (no en vano lleva a cabo una comparativa entre la torre bárbara y la de Babel que quizá sea de las partes más interesantes del tratado—, también como ésta aquella depositaria del saber conocido), intento de superar sus límites mortales para equipararse con todo lo divino, el intento humano por antonomasia de trascendencia, de superar toda limitación gravitatoria. Sin embargo, hoy la torre es un cáncer de las grandes ciudades de nuestro tiempo, y no hay desde EEUU o los países nórdicos hasta Oriente ciudad que se precie que no compita por la altura, con macroproyectos encargados a estrellas arquitectónicas que ponen su diseño al servicio del escaparate mediático del turismo masivo, una multiplicación horizontal completamente banal de pisos que aplasta el espacio y reduce a su mínima esencia la habitabilidad (p. 205). Para culminar este aspecto, aborda terceras torres no tan conocidas pero con alto valor simbólico-religioso (arquitectura iconográfica de alto valor significativo). Y frente a las torres del pasado, en las contemporáneas se hace difícil la habitabilidad al expulsar la vida y erigirse en puro monumento de nuestra civilización: “son aposentos donde se gesta el imperio: son un torpe tótem de la mala soberbia y la avaricia; son emblemas de las corporaciones financieras, de las empresas energéticas, de los medios de propaganda ideológica, de los emporios de la administración servicios, de los bancos y de las constructoras y de los monopolios petrolíferos o de cualquier forma emergente del poder que necesite evidenciarse y lucirse y pavonearse y alardear. Antiguamente izaron sus torres los militares en sus fortalezas, los eclesiásticos en sus iglesias y los gobernadores en sus palacios para manifestarse: hoy lo hacen los empresarios.” (p. 146)
Históricamente, por su parte, los muros ha tenido una importante función separadora y sacudidora del miedo y de la invasión de los pueblos dominantes (ya fuera la Gran Muralla China, las empalizadas romanas en Europa, la actual de hormigón israelí o la metálica de EEUU en su frontera mejicana), pero escondía la voluntad territorial y patriotera, bárbara por violenta y exclusora. Al igual que Santa Bárbara, fijadores del territorio para hacer soportable la vida. Excluye al bárbaro en sus diferentes épocas ya fuera en la antigua Roma en el Afganistán de los talibanes o en cualquier lugar. La barbarie contemporánea funciona a modo de la religiosa de Santa Bárbara como amputadora y profanadora, ya fuera la casa Fallingwater de Frank Lloyd Wright ya el ejército norteamericano profanando el Museo Arqueológico de Bagdad en 2003, sustrayendo el arte autóctono a las metrópolis... una acción civilizadora que no deja de ser bárbara y destructiva en su esencia (p. 216-7).

BARBARIE Y PERIFERIA
Quizá uno de los mayores sistemas civilizadores con que ha contado la humanidad a lo largo del tiempo, la arquitectura, es el arma más potente homogeneizador humano tal cual nos revela la arquitectura mediática de nuestro tiempo o anónima del bloque de viviendas clónico, perfecto instrumento ideologizador sin apenas ser percibido pero con una presencia incontestable en la vida humana: por eso toda civilización invasora se empeñó en no dejar huella del pueblo conquistado o erigir un nuevo orden apropiándose simbólicamente de sus espacios sagrados para un uso renovado de acuerdo con la nueva imposición (p. 217-8). Hoy, habitamos una arquitectura repetitiva de la globalización, con arquitectos que forman los mismos puentes, las mismas formas escultóricas de sus moles de edificios, las mismas torres... El mercado ha transformado el solar en valor de mercancía rentabilizado por la arquitectura clónica de nuestro tiempo. Para ello, se pudiera decir como insinúa que a la arquitectura contemporánea no le interesan las variantes ni las diferencias sino el modelo único, la reiteración por todo modelo, pues hace tanto que renunció a su vocación humanista para decantarse por el orden de la especulación y el enriquecimiento económico: se ha erigido en incontestable orden totalitario de nuestros días (p. 221).
La arquitectura, transformadora ya no de la naturaleza como antaño sino de la naturaleza transformada, interviene restaurando quirúrgicamente, reciclando y reutilizando, por lo que se erige en la nueva naturaleza del hombre que pretende pasar por natural ante la pérdida de su estadio original anterior: «la naturaleza se ha desnaturalizado»; ha sido «arquitecturada» dice Bañón (p. 247). Para su redención del pecado, el ser humano ha debido construir artificialmente el jardín botánico y zoológico, el parque natural o la reserva, el acuario y toda esa clase de artificios con los que sueña su origen natural arrumbado definitivamente en el sueño de un ecologismo que le redimirá mientras tanto. El museo, pervirtiendo los principios básicos de la conservación patrimonial de la civilización, no es más que el intento de preservar un orden virginal cercano al paraíso, del mismo modo que santa Bárbara, ofreciéndose como perfecto ejemplo expositor de esa arquitectura virginal e inhumana. Ni la selva ni el glaciar resultan inmaculados sino sueños de una naturaliza virgen hace tanto profanada pero con la esperanza de su vuelta a través del orden arquitectónico presente que hace lo imposible posible.
Plantea Parra Bañón (141 y ss.) que la arquitectura «bárbara» es la que tiene dificultad en la construcción de su lenguaje, muestra impericia en su empleo, es balbuciente, inexpresiva, sucedánea, ronca o inmadura por floja, obediente, sumisa y afásica, pero también está la embrionaria por seminal y la lúdica por generarse en forma de juegos (desmontable), la efímera y la disléxica, al tiempo que la que llama estridente y no ahorra improperios por su ensimismamiento consciente, esto es, por servir a gran parte de la arquitectura turística y financiera que hace de reclamo en nuestras grandes ciudades, una arquitectura que llama «litoral y de supermercado» (p. 142), pero también menciona otra arquitectura farfullante, cacareadora, berreante y embrollada. Ahí están las estrellas de la arquitectura reciente para confirmarlo, sean Gehry deconstruyendo el espacio para generar reclamos puramente formales, Calatrava forzando el modernismo gaudiano para elevarlo a su máxima potencia sin mayor significatividad, Foster o Nouvel grandilocuentes. Frente a todo ello, en su polo opuesto y descuidada por los focos mediáticos ajenos a su fealdad, está la arquitectura de la periferia del sistema y de las grandes urbes, una verdadera alternativa a lo instituido (salvadora) en nuestro mundo contemporáneo; ofrece Parra en clave simbólica una bien clarificadora percepción de la torre de babel e imagen bárbara de nuestro tiempo, ajena a la barbarie de la codicia mercantil, mediática, global, rentable y especulativa: una arquitectura hecha de la diversidad, de la humildad de los desposeídos, de los bárbaros (p. 218-9), ya sea en Bombay, en El Cairo, en Lagos, Shangai, Sao Paulo o cualquiera de nuestras grandes ciudades donde arraigan poblados de desarraigados no sometidos a ningún orden imperante. Ahí entrevé que surgirá el faro y la nueva torre de la civilización futura, ajena a las grandes estrellas mediáticas que firman grandilocuentes, erráticos, balbucientes, confusos, frívolos, especulativos, derrochadores, violentos, colonizadores, depredadores, inhóspitos, amnésicos arquitectos de nuestro tiempo sembrando la barbarie en el suelo del planeta. La barbarie arquitectónica se detecta antes en la arquitectura culta y academicista que no en la popular. Toda arquitectura que se quiera tal siempre desplaza a la anterior y por tanto su grado de barbarie fluctúa en arreglo al afán de imponer su nuevo lenguaje, por lo que la arquitectura moderna y contemporánea lo es en grado alto y la de los últimos decenios en grado absoluto por su capacidad de estridencia y altisonancia. La arquitectura actual mediática tiene aversión al silencio, resulta estrepitosa, turística, planetaria, imperialista e incluso vengativa, producto de un mesianismo elitista con voluntad salvadora de la masa desorientada. La obscenidad reside precisamente en generar signicidad exhibicionista fuera de lugar inoportunamente. De ahí que tenga capacidad invasiva y aniquiladora la arquitectura desde el inicio de los tiempos, y halla generado un sistema de defensa semejante a la religión.
Es por eso que en un momento determinado su autor remate que “santa Bárbara es una fantasía útil para la arquitectura. Su abandono es la renuncia a una posibilidad lingüística de la arquitectura: a un verbo y a una figura tal vez necesarias para combatir la apatía, la anorexia, la dejadez, la flaccidez, la imbecilidad, la incuria, la Leticia boba y la acedía de la que están viciadas no pocas de las últimas arquitecturas. Repudiarla es despreciar un utensilio, un arma quirúrgica para manipular la realidad y cambiarle la apariencia. Renunciar a ella es prescindir de cierta posibilidad literaria, de la alguna capacidad metafórica de la arquitectura. La renuncia a lo que ella significa, a lo que simboliza, a lo que contiene, es, al fin y al cabo, la renuncia a la poética.” (253)

CONCLUSIÓN
Bañón Parra lleva a cabo no sólo una etimología y reconstrucción del mito ecuménico de santa Bárbara y su traspaso a la sociedad civil de todos los tiempos cuanto una cartografía de la arquitectura en la piel obscena de nuestro tiempo bajo el falsete metafórico de la santa cristiana rebautizada para nuestra sociedad civil contemporánea descreída y con falsos ídolos de pies de barro que evidencia, por momentos, su pronto derrumbe, para cuando la periferia sea clamor. Todo ello adobado con una inestimable colección de imágenes históricas de la santa estudiada (pinturas, dibujos y grabados, fotografías y demás trabajos artísticos relacionados con lo dilucidado), a más de la sapiencia literaria que despliega al moverse por la mitología que envuelve a la santa. Singular ensayo que levanta la piel arquitectónica de nuestro tiempo con inquietantes conexiones etimológico-lingüísticas poco comunes en un arquitecto al demostrar la correlación no inocente entre conceptos y realidades manejadas. Lástima de las erratas y faltas ocasionales de ortografía que pululan por el manual que de lo contrario lo convertirían en una verdadera joya.
Hay mucha ironía descreída, escéptica, en su forma de ejercer la crítica a la arquitectura y a los arquitectos contemporáneos, capaces de erigir templos de su ensimismamiento. Por ejemplo en la correlación entre arquitectura y virginidad o redención. Un final de tratado plagado de pistas descreídas para leer urbanísticamente nuestro tiempo y sus herejías cuantiosas, realmente jugoso para la exégesis arquitectónica de un tiempo de barbarie como el presente. El punto final lo pone, como no podía ser de otra manera una «Última plegaria» realista pero bien escéptica con la definitiva muerte de la honestidad arquitectónica que se lleva produciendo desde hace décadas, pues dichoso aquel que sea capaz de interpretar lo funesto de unos signos que nos llevarán irremisiblemente, como ángel del tiempo, a la «desolación absoluta» o el «inmundo comercio con la nada» (255), justo antes de que las ideas que generaron el sentido de la existencia se extingan. Grave dilema al que la modernidad nos transporta irremediablemente en viaje de ida sin retorno.
Escritura de altos vuelos literario-ensayísticos, fragmentaria y elíptica, sugerente más que discente, interrupta pero conectiva, toda una provocación en el sistema arquitectónico contemporáneo, difícil de atribuir a un arquitecto y profesor universitario en ejercicio, las más de las veces preclaros representantes de la bonhomía y los resortes sociales de lo instituido. Un tratado que mereciera el favor de su amplia divulgación por los delicados derroteros que transita y las ligazones sutiles que genera entre la sacralidad y un sinfín de sugerencias que lleva pegadas históricamente y que emergen en forma de signo central de nuestro tiempo.

lunes, 4 de junio de 2007

DESFACHATEZ SIN LÍMITES

¿Ensayando Hamlet? de Manuel Ángel Conejero. Producción Fundación Shakespeare. Intèrpretes: Javier Raviculé, Lorena Alberca, Joaquín Ruíz, Mimi Santos, César Crespo, Manuel Ángel Conejero. Teatro Arniches, 1 de junio de 2007.
De largo vienen las excentricidades de Conejero y bien conocidas resultan sus obsesiones personales por su obcecado empeño en hacerlas públicas. Tras su desaparición de la escena pública, y cuando creíamos que su personaje había pasado a mayor gloria, vuelve con una nueva máscara añadida a las anteriores en esta nueva tour de force que es su subida a los escenarios para consagración y mayor gloria del actor patético que lleva dentro. El que se quiere para sí ‘Profesor’ (nunca un académico como tal, fuera Laín Entralgo, Aranguren, Tierno Galván, etc. necesitaron reivindicar ese apelativo que les fue investido desde fuera) parece llevar al escenario con su compañía de la Fundación Shakespeare un nuevo producto salido de sus oscuros devaneos mentales. El histriónico Conejero, que hace tiempo dejó de ser persona para convertirse en personaje prisionero de sí mismo, sube al escenario cuantas diatribas internas rumia su mente para padecimiento de un público que se acerca por el glamour del portento inglés. El profesor de universidad y especialista en Shakespeare vuelve a la carga con la tragedia más conocida del autor inglés, pero haciendo converger en ella el total de sus psicotropías, que no son pocas: el del académico susceptible de explicar e interpretar la obra, el del histrión frustrado que siempre quiso ser actor, el del excéntrico alocado y el del divo imposible. Bajo formato de ensayo de una función de Hamlet, Conejero en persona dirige a sus jóvenes actores por los pasajes más intensos y definitorios de la tragedia para permitirse toda clase de exégesis, comentarios, recitados y cuantas intervenciones considera oportunas, siempre presente con su figura en el escenario, paseándose entre el patio de butacas o con su voz a través de micrófono inalámbrico con respiración incluida hasta el punto de personalizar el total del espectáculo. Dicho montaje, que pudiera valer como interpretación personal del académico y estudioso de Shakespeare Manuel Ángel Conejero de la tragedia más famosa de la historia, pasada por el psicoanálisis y las corrientes de pensamiento del siglo XX (deconstrucción) no pasarían en condiciones normales de ser mera performance o workshop que acompaña a un profesor empeñado en ilustrar a sus alumnos el texto histórico del portento inglés, sin duda desde ese punto de vista con momentos interesantes para el estudiante ante pedagogía tan osada y didáctica ilustración. Pero lo que desde luego resulta toda una desfachatez es intentar vender como espectáculo toda la egolatría divista y ensimismada que despliega en cuanto le dejan el caricaturesco Conejero. Cualquiera que sepa apenas algo de teatro sólo puede sentirse incómodo por convertir a su joven elenco actoral de aprendices en títeres a su servicio sobre los que, como un Dios irreverente, ejerce toda clase de violencia física y psicológica travestido de gran Método escénico, permitiéndose interrumpirlos, abordarlos, obligarles como pipiolos a la repetición insuficiente, crisparles en suma. No se puede decir que todo el espectáculo sea basura pues ciertamente algo ha debido aprender el ‘profesor’ a lo largo de su dilatada carrera dedicada engañadamente al estudio de la figura del inglés, con ciertos momentos de recitado y actuación coherentes, pero que desde luego no dan la talla en un espectáculo hecho a la medida del divo. Resulta increíble lo que aguantan estos jóvenes deseosos de ser actores engañados de la forma más patética posible con este método que es la antipedagogía escénica actoral por antonomasia. Pues actores irregulares con voces en mal estado, sobreactuaciones y mucha voluntad es lo que vemos con un maestro de ceremonias que chupa todo el protagonismo rebajando a la condición de comparsa inmisericorde al elenco actoral. Y de nada de todo esto hablaríamos si no se tratara de una producción que lleva el sello de Teatres de la Generalitat al tiempo que de la Generalitat Valenciana y de la RadioTelevisió Valenciana. El astuto Conejero sigue engañando a diestro y siniestro, y vuelve a sus andadas de muñir dinero público para uso privado de sus excentricidades, públicamente visibles en los teatros públicos de la Generalitat Valenciana, es decir, subvencionados con el bolsillo de todos los valencianos. Nunca tan mal engendro debió de salir de la mente perturbada de quien lo parió para evitar heridas de quienes tienen un poco de amor propio por la profesión y por la cultura en general. Sólo cabe decir que el traumatizado Conejero ha caído en sus propias telarañas, cual Quijote enloquecido, por no haber podido nunca parecerse en un ápice a su admirado Shakespeare a quien tradujo a lo largo de décadas e intentó desentrañar como si el talento se contagiara, ni tan siquiera conseguir ser el mediocre dramaturgo que le hubiera gustado ser, reconvertido en patético artista de sí mismo que provoca la chanza más que cualquier otro sentimiento. Mucho nos tememos que hay dictador cultural, perdón ‘profesor’, para rato en la terreta donde todo es posible, incluso que los desnortados suban a un escenario y consigan arrancar aplausos. Una idea: en vez de ¿Ensayando Hamlet? un buen título en su futuro actoral podría ser “Divinizando Conejero”. Conejero a tus conejos...