jueves, 3 de mayo de 2007

Once poetas críticos en la poesía española reciente

Once poetas críticos en la poesía española reciente, Enrique Falcón (coord.). Tenerife: Ediciones Baile del Sol, 2007.
Afirmar que la poesía contemporánea lleva décadas de auto-complacencia desmedida resulta no tan exagerado como real del todo. A poco que escarbemos, bajo a esa losa tan pesada que arrastra la endiablada dinámica literaria española como es el canon, emerge una poesía rotunda, conflictiva, cuestionadora del mundo que habita y con fuerte vocación de recuperar el ethos con que naciera toda poesía que se quisiera digna (allá en la Grecia clásica, cuando la primera demos). Uno de sus principales valedores, el poeta valenciano Enrique Falcón firma esta antología que tiene en bloque un fuerte componente reivindicativo y unidad personal bien que sea por un breve prólogo cargado de intenciones de partida como un «Epílogo» no menos personal bien conocido por los seguidores de esta poesía (No doblar las rodillas) por pasar de ser —impagable— anecdotario/anuario socio-político-cultural que lleva realizando desde la significativa fecha de 1991 (con el despertar de esta corriente al tiempo que el desvarío del rumbo del mundo contemporáneo) y que ha ido ofreciendo en diversos medios hasta esta última en que recopila todas las anteriores y permite al lector completar la saga. Tiene la virtud de ir al pelo con lo antologado pues historiza a la perfección un periodo de desarrollo de esta poética, claro es desde los márgenes de la escritura, bien pertrechado con sus acaecimientos sociales y políticos que son en última instancia el motor de la realidad y de las escrituras. Un signo que tiene en las guerras de Irak a su máximo detonador desde la primera (justo en el momento en que comienza esa escritura), llevada a cabo por el padre de quien lanza la segunda 12 años después. Esta antología se quiere ampliación y perfilación de la publicada en Chile en 2002 con el título precisamente de No doblar las rodillas: siete proyectos críticos en la poesía española reciente.
Continuando el debate de sus más directos implicados en esta práctica sígnica, niega cualquier capacidad emancipatoria e inocente de no ser la de su transformación cultural, mediante el oportuno aprendizaje de “mirar de forma nueva el espesor de un tiempo herido” y la oportuna “confrontación de legitimidades” (p. 10) culturales en marcha. Dado que las continuas transformaciones políticas del mundo contemporáneo por la “acción social organizada” producen desgarramiento humano, sólo la memoria de la escritura se erige en resguardadora de la tragedia humana que asola tras esas políticas improductivas; las once escrituras que propone, frente a décadas de complacencia de un signo u otro, todo lo contrario pretenden erigirse en vigilantes de la memoria histórica de los procesos colectivos de una sociedad que, como la occidental, tantos desmanes nos lleva produciendo: un posicionamiento moral ante la realidad frente a la antaño (los 80) inutilidad de la poesía tan cacareada por una pléyade de poetastros de tres al cuarto que vienen ostentando el dominio de los aparatos de difusión masivos de nuestra realidad, que no su convicción o legitimición social: algo de lo que aprendió suficientemente la poesía española en su dinámica desde finales de los sesenta y a la que le ha sacado buen partido una sarta de publicitaciones especulativas en las que viene siendo dado el vigente panorama poético. La poesía sigue siendo, entre otros discursos definitivamente mucho más potentes como el cine o la publicidad (deudores por supuesto de la primera), el imaginario colectivo de un pueblo, lo que Falcón llama “la radical utilidad de la poesía” (p. 11) susceptible de transformar nuestro inconsciente. Lo que propone con esta antología es una poesía explícita “resistente de cuño radicalmente político” pero bien diferenciada de las tácticas del realismo social de los 50/60. Su denominación cubre un amplio abanico de terminologías como «poesía del conflicto», «poesía de la conciencia crítica», «nueva poesía social» o «poesía en resistencia» y su pretensión es mostrar los versos más destacados surgidos en las últimas décadas en torno a esta literatura con voluntad de incidencia en la realidad inmediata.
Pero no es la resolución misma de la crisis o la entrega al panfletarismo como ha venido siendo en cierto arte del siglo XX lo que mueve a estas escrituras, sino más bien el poner el dedo en la llaga denunciando y levantando la piel de la realidad para incomodarla con su signo: escrituras que niegan toda resignación y entrevén una cierta esperanza a pesar de los desmanes del mundo. Su lenguaje apuntala con esta escritura el vaho de humanismo que reporta toda existencia frente a quienes se enfundan la chaqueta de ese mismo traje al tiempo que dan la espalda a los signos de su presente de no ser que lo entiendan entre oropeles y ágapes falsamente culturales. Falcón nomina la complicidad común entre todos los antologados, bien en actitudes vitales de compromiso, bien en el reconocimiento de escrituras diversas pero con una clara «conciencia crítica», y dando por supuesto tácticas escriturales bien diferenciadas imposibles de ser reducidas a una sola estrategia: desde el objetivismo documentalista hasta la deriva libertaria, desde la conciencia de la realidad al irracionalismo, desde la resistencia a la reflexión distanciada, desde el realismo al vanguardismo, desde el narrativismo al discurso reticular o desde el memorialismo hasta la ironía del presente (p. 12), lo que llama “tácticas disidentes de la sugestión a las estrategias materialistas del extrañamiento” (12) donde lo político comienza —como nos dijeran las feministas italianas de los setenta— en lo personal sin registrar la menor transición. Es por eso que imprime a su antología Falcón un marchamo de “ruptura y transgresión del lenguaje” más del realismo chato al uso que de otros que pretenden arrogarse ese derecho falsamente. Los propios autores se han encargado de la selección del material publicado, y tienen en común, a más de esa conciencia crítica, el solo hecho de haber nacido en España entre los sesenta y setenta, y el haber sido validados por la publicación de varios libros de poesía en castellano. La grandeza de la antología es que sólo reconoce en el punto de partida su voluntad de constituir todas ellas un ethos escritural (a igual que la poesía griega no mostrando un simple fragmento cualquiera de la realidad, sino entrando en conflicto con esa existencia humana, ahora globalizada, por el fuerte poder de conversión de la escritura) de nuestro tiempo al universalizar los conflictos cotidianos, españoles o mundiales, que abordan casi todos. Pero, ¡ojo!, no por nombrar el mal se recubre automáticamente la escritura de esa mácula de conciencia crítica exigible: el trabajo de lenguaje resulta clave y ahí decir que no todos los poetas muestran estrategias certeras o clarividentes en ese sentido, confirmadoras de ese ethos declarado que Falcón augura para todos sus representados.
En su más manifiesta diversidad, ahí está la poesía de tono humanista con que abre la antología Jorge Riechmann, incitadora a la reflexión desde su singular capacidad observadora de lo nimio entrecruzado con sus inquietudes ecosociales frente a una salvaje globalización en marcha y que muy frecuentemente tienen en la episteme y el aforismo su cauce de desarrollo habitual concienciador. La poesía de corte crítico-realista con fuerte presencia de un sujeto rememorador tanto de un presente no demasiado lejano como un pasado con el que pretenden ajustar cuentas Antonio Orihuela, Isabel Pérez Montalbán y David González. La lúcida poética irracional de aliento épico en la mejor tradición del XX de Enrique Falcón, teniendo como trasfondo un ethos cristiano de preclara conexión con la palabra evangélica originaria y voluntad restauradora de los fundamentos de la fe desde el sufrimiento humano (en la línea de la teología de la liberación), enraizado con los desposeídos de un mundo globalizado. O en el extremo opuesto la no menos lúcida escritura de Antonio Méndez Rubio, capaz de tensionar el lenguaje para ponerlo en entredicho y del revés tratando de volver a nombrar el mundo con un contrarrealismo inquietante (frente a ese bastardeo normalizador en el que ha caído habitualmente el lenguaje) y visibilizando los mecanismos etéreos de poder de nuestro tiempo. Y los sevillanos de La palabra Itinerante (Miguel Ángel García Argüez, David Franco Monthiel, David Eloy Rodríguez y José María Gómez Valero) que constituyen un «colectivo de agitación y expresión cultural» con pretensiones de «hacer de la poesía el campo practicable donde denunciar lo injusto y amar lo digno», de dignificar la palabra en lo que posee de comunicación directa, viva, sensitiva y sus posibilidades transformadoras del mundo necio en el que viven a través de la experiencia literaria en sus diferentes ramificaciones. Sus textos, pues, tienen una intención directa de denuncia al señalar y desenmascarar las falsedades del sistema mercantilista que gobiernan la cultura. El poema será, pues, el instrumento lírico del pueblo para compartir cuanto de humano poseemos generando los vínculos necesarios para su identificación. O el ultraperiférico Daniel Bellón quien plantea lo que llama la «guerra social» de nuestros días criticando la hipocresía del poder con su doble lenguaje de paz cuando practica la acción de la guerra en aras a una economía especulativa ultraliberal causante de los desmanes de nuestro tiempo como es el caso que le toca bien de cerca de la emigración, con una poesía repleta de giros y rupturas semánticas impugnadoras del estado de la cuestión.
Una «Adenda» final ofrece a educadores y organizaciones sociales un material complementario bajo el título Bomba, dinero y éter (y un apéndice para la esperanza) con “propuestas educativas —del antologador— para entender la globalización” utilizables pedagógicamente en las aulas y talleres a partir de los poemas de estos mismos autores (encontrable en la Biblioteca del MLRS, http://www.nodo50.org/mlrs.)

Lástima que las antologías continúen siendo administradas por la dinámica enloquecida de la cronología (edad de sus hacedores), pues a ésta sin duda le faltan (para poseer toda la fuerza y la carga de la autoridad de sus pretensiones originarias) poetas tan significativos y que emparejan —promocionalmente— con Riechmann como el poeta órfico Juan Carlos Mestre, José María Parreño o el urbano (entrometido) Fernando Beltrán (desterrados por cometer el pecado de haberles nacido un tanto antes, pero todos ellos igual de responsables de abrir esta senda luego transitada por los demás), así como hagan causa común de la patria cuando entre nosotros habitan poetas de escritura en la misma lengua pero sin DNI español bien conocidos por el antologador. Falta también la (anti)poesía libertaria de Eladio Orta, cómplice de las poéticas de Orihuela y González. Toda antología siempre es subjetiva, habla tanto más de su antologador que de sus retratados, y desde luego que ésta no es diferente, pues pudiera haber ampliado la nomina o cambiado en algunos casos por otros poetas sin duda merecedores de tener un mínimo de presencia en (el total de presupuestos de) ésta como, por de pronto se nos ocurre, poetas orfebres del lenguaje tal que lo tensionan como Marcos Cantelli, Víctor M. Díez, Alejandro Krawietz, Fermín Herrero o incluso el propio Carlos Jiménez Arribas.
Sólo en la globalidad de todas estas poéticas encuentra el cibernauta, sobrevolando el total de las poéticas nominadas aquí, más allá de la selección, y frente al oficialismo tópico, la recuperación de la conciencia crítica del ciudadano (antes que poetas se sienten ciudadanos de un mundo maltrecho), la crítica con toda forma de consumismo y las tácticas torticeras del mercado de la que se sienten víctimas. Sin ser única la estrategia, por fluctuar entre el realismo crítico y el irracionalismo vanguardista, niegan toda obviedad narrativa (ensimismada, coloquial explícita, esencialista) para afirmarse en una cotidianeidad redentora lírica de fuerte conciencia social. Frente a un mundo sin fisuras mostrado por el realismo decimonónico canónico todo lo contrario los más tienden a repensar la historia para rescribirla más justamente con un aporte de reflexión moral que es lo que incorporan. Frente a una memoria anestesiante, impugnan la realidad a través de un memorialismo dialectal (no narcisista) con el que pasan revista a los acontecimientos del presente taimador o bien lejano que entronca a través de sus antepasados con ellos mismos y por el que necesitan hacer justicia. Sin tapujos lo personal se entrecruza con la social hasta el punto de adquirir plena conciencia de un deslinde imposible: el yo más autoafirmador es símbolo colectivo al que representan (sus semejantes, los ciudadanos desposeídos), lo cual les lleva a un enjuiciamiento crítico del mundo que habitamos. Instauran un yo, pues, generador de la experiencia vital pero inestable y múltiple (no burgués ni autocomplaciente) sino crítico y solidario con su entorno, susceptible de tender hacia el «otro» (africano, magrebí, latinoamericano, mujer, gay...), un yo licuado (ajeno al burgués) y que sale al encuentro del yo humillado o derrotado, pobre y desasistido para operar una pretendida intercambiabilidad porosa, el yo colectivo de E. Falcón, el anónimo de Orihuela o González o el invisibilizado de Méndez Rubio. Una poesía que reivindica en su esencia generar conciencia del lugar de lo humano en el planeta a través del ethos, sin el cual estamos abocados a ese derrame intemporal de perdición de lo que algún teórico llamó «el fin de la historia».
Lo que sin duda resulta impecable es su oportunidad en el actual panorama y su eficacia para mantener abierto un necesario debate (adormecido en los últimos tiempos) que, a una década de la publicación de los textos críticos del Colectivo Alicia Bajo Cero Poesía y poder, viene necesitando de una urgente revisión.