jueves, 7 de junio de 2007

BARBARIE ARQUITECTÓNICA DE NUESTRO TIEMPO

José Joaquín Parra Bañón, Bárbara arquitectura bárbara, virgen y mártir. Colegio Oficial de Arquitectos de Cádiz, 2007.
Sugerente, nada común y repleto de relaciones tentaculares con todas las artes es este tratado de arquitectura que toma como lugar medular a Santa Bárbara, consumadora mitológica, entre otras, de la arquitectura (su viva metáfora, y por tanto, patrona), de la pintura (figura representada en lienzo) y de la escritura (personaje literario), administradora de la luz y de los interiores. Así nos lo hacen saber todos esos trípticos pictóricos que la representaron con la torre erecta a lo largo de la historia para testimonio del paso del caos al orden humano en la naturaleza. Es por ello que inicialmente, tras declarar la obligación de la iglesia de hacerla santa, se pregunte Parra Bañón, siquiera retóricamente, si la arquitectura se alimenta “del cadáver de una santa sin reliquias” (p. 13). Todo lo que venga después será su intento de respuesta. Pero Santa Bárbara, después de tantos siglos de representación pictórica soportando el orden de la naturaleza humana, la santidad religiosa con su martirio, el mito literario, nos sirve para explicar esta suerte de martirologio moderno que es a la postre la arquitectura obscena contemporánea y de la que España es soberana representante. Y como arquitectura corporal que es, constituye en sí todo un edificio, que no es otro sino el de su cuerpo desmembrado: “una torre izada en medio de ninguna parte” (p. 14). Una de las piedras angulares de la arquitectura, al igual que el caracol, con la casa siempre a cuestas, puro ermitaño pero que obliga a convocarla en el debate zafio de la arquitectura de nuestro tiempo. Una plurisignificatividad de la Santa, apropiada por los más diversos poderes de la historia, en especial el omnipresente religioso, para sacarle lustre, y que sigue explicando un tiempo con otra clase de martirios y penalidades, tótem por tanto sagrado y laico, escurridizo pero que sigue señalando las transformaciones humanas en el marco de la naturaleza como quizá ninguna otra figura mitológica, tal cual alumbra en el preámbulo de su ensayo Parra Bañón: “Santa Bárbara es la última esperanza en la batalla sin cuartel contra el fascismo y el mercado negro de la arquitectura depredadora” (p. 16).
Para clarificar todo este embrollo, comienza a desmadejar el origen lingüístico y el sentido etimológico del término ‘bárbaro’ (bàrbaroi) en la Grecia antigua cuando así comenzaron a ser llamados quienes procedían de tierras lejanas, ignorantes del idioma de la Hélade y por tanto imposibilitados para la comunicación: bárbaros eran quienes balbuceaban de modo incomprensible, pura onomatopeya compuesta por «bár-, bar» para aludir a esos extranjeros, a igual que los «barbarus» romanos al referirse a quienes acosaban los límites del imperio (por tanto se pasa de la mera apelación nominativa a la causa bélica de un imperio a otro): alusión a quien está más allá del límite. En ese sentido, la arquitectura no deja de ser —contra lo natural (no hay arquitectura vernácula en la historia)— bárbara, extranjera, puro artificio: resultado de una imposición, de una cultura estrictamente colonizadora. Es por eso que Parra asimila la arquitectura a la “manipulación, metamorfosis, transformación, desplazamiento, transporte. Es insatisfacción, insuficiencia, inadecuación, trasgresión, transfiguración” (p. 19). La barbarie de la arquitectura reside precisamente en su condición de foránea y artificiosa, violenta e invasiva, colonizadora y depredadora, transformadora y agresiva, por su carácter interventor y destructivo de un estadio (natural) previo bien que su motor sea la mejora y superación de lo habido; pero también dice ser bárbara por su afán (originario griego) de poner de manifiesto las diferencias, llamar la atención y no pasar desapercibida bajo ningún concepto, reclamar con su gesticulación un lugar en el mundo. En otro lugar, aborda la poliorcética y la concepción destructora de la arquitectura al dispersar lo agrupado y alterar el orden existente para imponer otro nuevo a priori mejorado.
Para el autor de este ensayo Santa Bárbara es la consumación de la carnalidad arquitectónica, lo tangible, una transformación en manos de la imaginación. Afirma que “Santa Bárbara, virgen y mártir, es la patrona de la arquitectura por el simple e iconográfico motivo de que está indisolublemente unida a una torre, vinculada a una torre genérica y alegórica que suele haber a su lado, o en sus brazos” (p. 34); pero también no deja de ser patrona de un amplísimo colectivo profesional como mineros, peritos e ingenieros de minas, canteros, cavadores de tumbas y poceros, albañiles y constructores, artilleros, artificieros, ingenieros de armamento y otros militares, bomberos, pirotécnicos y quienes manipulan el fuego, fundidores de campanas y fundadores de cañones, así como protectora contra el rayo y el aparato eléctrico de las tormentas, y contra las llamas de incendios; pero indirectamente también por haber padecido la cárcel es patrona de los presos, de los pedreros, de los perforadores de petróleo o acequias, de los fabricantes de armas, y también por su representación con un libro abierto se suele aplicar a los estudiantes, y a buena parte de los gremios y oficios.
Relata el ensayo las numerosas torturas a que fue sometida Santa Bárbara (p. 41), los motivos de su pasión. Santa Bárbara, tras la Contrarreforma (y para defenderse de Lutero) fue utilizada eclesiásticamente como propaganda y apología de los sacramentos, en especial el de la eucaristía y el de la extremaunción (p. 151). Caída en desgracia, es recuperada para el arte y en concreto la pintura como lugar natural, aunque sea la arquitectura su espacio más significativo. Si Santa Bárbara fue en parte canonizada por la sucesión de pintores que la representaron junto a las ruinas arquitectónicas (mediadora entre quienes se dedicaron a la arquitectura y quienes a la salvación de su alma, en cualquier caso como protectora de inclemencias varias), no parece que este siglo vaya a seguir la tradición, más preocupado de aspectos pragmáticos y mercantiles que de representaciones sacro-santas.
Traza Parra Bañón a lo largo de su ensayo una suerte de tentáculos inevitables y bien sutiles de nuestro tiempo con la representación mítica y metafórica de la santa objeto de estudio, por ejemplo abordando el martirio en escritores célebres y obras literarias así como correlaciona la representación de Bárbara por ejemplo con iconos de nuestro tiempo como la muñeca Barbie, símbolo clónico por excelencia de un canon corporal occidental (p. 157). La arquitectura guarda un asombroso recelo con la impenetrabilidad y virginidad cristiana al ser todo su cometido la pureza pero tiene en la arquitectura opulenta contemporánea todo su pecado. Su relación con el artificio y la robótica no deja de ser incestuosa, y muy a pesar suyo que se le imponga la santidad de su inviolabilidad y preservabilidad, su aspiración a esa suerte de virginidad es batalla perdida pues una vez estrenada mediáticamente comienza su rápido deterioro y descomposición acelerada.

LA TORRE Y EL MURO
La arquitectura es una intervención que responde a alguna insatisfacción humana mediante la transformación de la realidad con objeto de adecuarla a sus exigencias y necesidades (más que necesidad e incluso deseo, en muchas ocasiones su motor es el capricho, tal cual atestigua la historia [p. 88]). Por eso la torre es el máximo exponente simbólico de la arquitectura, al ser la unicidad e individualidad arquitectónica (reverso del pozo y oquedad del aire), construida por acumulación y superposición, es una pértiga estable con la que asomarse el hombre más allá de su horizonte y probablemente iniciada cuando el hombre pasa de cuadrúpedo a erecto (bípedo); y como la de Babel (no en vano lleva a cabo una comparativa entre la torre bárbara y la de Babel que quizá sea de las partes más interesantes del tratado—, también como ésta aquella depositaria del saber conocido), intento de superar sus límites mortales para equipararse con todo lo divino, el intento humano por antonomasia de trascendencia, de superar toda limitación gravitatoria. Sin embargo, hoy la torre es un cáncer de las grandes ciudades de nuestro tiempo, y no hay desde EEUU o los países nórdicos hasta Oriente ciudad que se precie que no compita por la altura, con macroproyectos encargados a estrellas arquitectónicas que ponen su diseño al servicio del escaparate mediático del turismo masivo, una multiplicación horizontal completamente banal de pisos que aplasta el espacio y reduce a su mínima esencia la habitabilidad (p. 205). Para culminar este aspecto, aborda terceras torres no tan conocidas pero con alto valor simbólico-religioso (arquitectura iconográfica de alto valor significativo). Y frente a las torres del pasado, en las contemporáneas se hace difícil la habitabilidad al expulsar la vida y erigirse en puro monumento de nuestra civilización: “son aposentos donde se gesta el imperio: son un torpe tótem de la mala soberbia y la avaricia; son emblemas de las corporaciones financieras, de las empresas energéticas, de los medios de propaganda ideológica, de los emporios de la administración servicios, de los bancos y de las constructoras y de los monopolios petrolíferos o de cualquier forma emergente del poder que necesite evidenciarse y lucirse y pavonearse y alardear. Antiguamente izaron sus torres los militares en sus fortalezas, los eclesiásticos en sus iglesias y los gobernadores en sus palacios para manifestarse: hoy lo hacen los empresarios.” (p. 146)
Históricamente, por su parte, los muros ha tenido una importante función separadora y sacudidora del miedo y de la invasión de los pueblos dominantes (ya fuera la Gran Muralla China, las empalizadas romanas en Europa, la actual de hormigón israelí o la metálica de EEUU en su frontera mejicana), pero escondía la voluntad territorial y patriotera, bárbara por violenta y exclusora. Al igual que Santa Bárbara, fijadores del territorio para hacer soportable la vida. Excluye al bárbaro en sus diferentes épocas ya fuera en la antigua Roma en el Afganistán de los talibanes o en cualquier lugar. La barbarie contemporánea funciona a modo de la religiosa de Santa Bárbara como amputadora y profanadora, ya fuera la casa Fallingwater de Frank Lloyd Wright ya el ejército norteamericano profanando el Museo Arqueológico de Bagdad en 2003, sustrayendo el arte autóctono a las metrópolis... una acción civilizadora que no deja de ser bárbara y destructiva en su esencia (p. 216-7).

BARBARIE Y PERIFERIA
Quizá uno de los mayores sistemas civilizadores con que ha contado la humanidad a lo largo del tiempo, la arquitectura, es el arma más potente homogeneizador humano tal cual nos revela la arquitectura mediática de nuestro tiempo o anónima del bloque de viviendas clónico, perfecto instrumento ideologizador sin apenas ser percibido pero con una presencia incontestable en la vida humana: por eso toda civilización invasora se empeñó en no dejar huella del pueblo conquistado o erigir un nuevo orden apropiándose simbólicamente de sus espacios sagrados para un uso renovado de acuerdo con la nueva imposición (p. 217-8). Hoy, habitamos una arquitectura repetitiva de la globalización, con arquitectos que forman los mismos puentes, las mismas formas escultóricas de sus moles de edificios, las mismas torres... El mercado ha transformado el solar en valor de mercancía rentabilizado por la arquitectura clónica de nuestro tiempo. Para ello, se pudiera decir como insinúa que a la arquitectura contemporánea no le interesan las variantes ni las diferencias sino el modelo único, la reiteración por todo modelo, pues hace tanto que renunció a su vocación humanista para decantarse por el orden de la especulación y el enriquecimiento económico: se ha erigido en incontestable orden totalitario de nuestros días (p. 221).
La arquitectura, transformadora ya no de la naturaleza como antaño sino de la naturaleza transformada, interviene restaurando quirúrgicamente, reciclando y reutilizando, por lo que se erige en la nueva naturaleza del hombre que pretende pasar por natural ante la pérdida de su estadio original anterior: «la naturaleza se ha desnaturalizado»; ha sido «arquitecturada» dice Bañón (p. 247). Para su redención del pecado, el ser humano ha debido construir artificialmente el jardín botánico y zoológico, el parque natural o la reserva, el acuario y toda esa clase de artificios con los que sueña su origen natural arrumbado definitivamente en el sueño de un ecologismo que le redimirá mientras tanto. El museo, pervirtiendo los principios básicos de la conservación patrimonial de la civilización, no es más que el intento de preservar un orden virginal cercano al paraíso, del mismo modo que santa Bárbara, ofreciéndose como perfecto ejemplo expositor de esa arquitectura virginal e inhumana. Ni la selva ni el glaciar resultan inmaculados sino sueños de una naturaliza virgen hace tanto profanada pero con la esperanza de su vuelta a través del orden arquitectónico presente que hace lo imposible posible.
Plantea Parra Bañón (141 y ss.) que la arquitectura «bárbara» es la que tiene dificultad en la construcción de su lenguaje, muestra impericia en su empleo, es balbuciente, inexpresiva, sucedánea, ronca o inmadura por floja, obediente, sumisa y afásica, pero también está la embrionaria por seminal y la lúdica por generarse en forma de juegos (desmontable), la efímera y la disléxica, al tiempo que la que llama estridente y no ahorra improperios por su ensimismamiento consciente, esto es, por servir a gran parte de la arquitectura turística y financiera que hace de reclamo en nuestras grandes ciudades, una arquitectura que llama «litoral y de supermercado» (p. 142), pero también menciona otra arquitectura farfullante, cacareadora, berreante y embrollada. Ahí están las estrellas de la arquitectura reciente para confirmarlo, sean Gehry deconstruyendo el espacio para generar reclamos puramente formales, Calatrava forzando el modernismo gaudiano para elevarlo a su máxima potencia sin mayor significatividad, Foster o Nouvel grandilocuentes. Frente a todo ello, en su polo opuesto y descuidada por los focos mediáticos ajenos a su fealdad, está la arquitectura de la periferia del sistema y de las grandes urbes, una verdadera alternativa a lo instituido (salvadora) en nuestro mundo contemporáneo; ofrece Parra en clave simbólica una bien clarificadora percepción de la torre de babel e imagen bárbara de nuestro tiempo, ajena a la barbarie de la codicia mercantil, mediática, global, rentable y especulativa: una arquitectura hecha de la diversidad, de la humildad de los desposeídos, de los bárbaros (p. 218-9), ya sea en Bombay, en El Cairo, en Lagos, Shangai, Sao Paulo o cualquiera de nuestras grandes ciudades donde arraigan poblados de desarraigados no sometidos a ningún orden imperante. Ahí entrevé que surgirá el faro y la nueva torre de la civilización futura, ajena a las grandes estrellas mediáticas que firman grandilocuentes, erráticos, balbucientes, confusos, frívolos, especulativos, derrochadores, violentos, colonizadores, depredadores, inhóspitos, amnésicos arquitectos de nuestro tiempo sembrando la barbarie en el suelo del planeta. La barbarie arquitectónica se detecta antes en la arquitectura culta y academicista que no en la popular. Toda arquitectura que se quiera tal siempre desplaza a la anterior y por tanto su grado de barbarie fluctúa en arreglo al afán de imponer su nuevo lenguaje, por lo que la arquitectura moderna y contemporánea lo es en grado alto y la de los últimos decenios en grado absoluto por su capacidad de estridencia y altisonancia. La arquitectura actual mediática tiene aversión al silencio, resulta estrepitosa, turística, planetaria, imperialista e incluso vengativa, producto de un mesianismo elitista con voluntad salvadora de la masa desorientada. La obscenidad reside precisamente en generar signicidad exhibicionista fuera de lugar inoportunamente. De ahí que tenga capacidad invasiva y aniquiladora la arquitectura desde el inicio de los tiempos, y halla generado un sistema de defensa semejante a la religión.
Es por eso que en un momento determinado su autor remate que “santa Bárbara es una fantasía útil para la arquitectura. Su abandono es la renuncia a una posibilidad lingüística de la arquitectura: a un verbo y a una figura tal vez necesarias para combatir la apatía, la anorexia, la dejadez, la flaccidez, la imbecilidad, la incuria, la Leticia boba y la acedía de la que están viciadas no pocas de las últimas arquitecturas. Repudiarla es despreciar un utensilio, un arma quirúrgica para manipular la realidad y cambiarle la apariencia. Renunciar a ella es prescindir de cierta posibilidad literaria, de la alguna capacidad metafórica de la arquitectura. La renuncia a lo que ella significa, a lo que simboliza, a lo que contiene, es, al fin y al cabo, la renuncia a la poética.” (253)

CONCLUSIÓN
Bañón Parra lleva a cabo no sólo una etimología y reconstrucción del mito ecuménico de santa Bárbara y su traspaso a la sociedad civil de todos los tiempos cuanto una cartografía de la arquitectura en la piel obscena de nuestro tiempo bajo el falsete metafórico de la santa cristiana rebautizada para nuestra sociedad civil contemporánea descreída y con falsos ídolos de pies de barro que evidencia, por momentos, su pronto derrumbe, para cuando la periferia sea clamor. Todo ello adobado con una inestimable colección de imágenes históricas de la santa estudiada (pinturas, dibujos y grabados, fotografías y demás trabajos artísticos relacionados con lo dilucidado), a más de la sapiencia literaria que despliega al moverse por la mitología que envuelve a la santa. Singular ensayo que levanta la piel arquitectónica de nuestro tiempo con inquietantes conexiones etimológico-lingüísticas poco comunes en un arquitecto al demostrar la correlación no inocente entre conceptos y realidades manejadas. Lástima de las erratas y faltas ocasionales de ortografía que pululan por el manual que de lo contrario lo convertirían en una verdadera joya.
Hay mucha ironía descreída, escéptica, en su forma de ejercer la crítica a la arquitectura y a los arquitectos contemporáneos, capaces de erigir templos de su ensimismamiento. Por ejemplo en la correlación entre arquitectura y virginidad o redención. Un final de tratado plagado de pistas descreídas para leer urbanísticamente nuestro tiempo y sus herejías cuantiosas, realmente jugoso para la exégesis arquitectónica de un tiempo de barbarie como el presente. El punto final lo pone, como no podía ser de otra manera una «Última plegaria» realista pero bien escéptica con la definitiva muerte de la honestidad arquitectónica que se lleva produciendo desde hace décadas, pues dichoso aquel que sea capaz de interpretar lo funesto de unos signos que nos llevarán irremisiblemente, como ángel del tiempo, a la «desolación absoluta» o el «inmundo comercio con la nada» (255), justo antes de que las ideas que generaron el sentido de la existencia se extingan. Grave dilema al que la modernidad nos transporta irremediablemente en viaje de ida sin retorno.
Escritura de altos vuelos literario-ensayísticos, fragmentaria y elíptica, sugerente más que discente, interrupta pero conectiva, toda una provocación en el sistema arquitectónico contemporáneo, difícil de atribuir a un arquitecto y profesor universitario en ejercicio, las más de las veces preclaros representantes de la bonhomía y los resortes sociales de lo instituido. Un tratado que mereciera el favor de su amplia divulgación por los delicados derroteros que transita y las ligazones sutiles que genera entre la sacralidad y un sinfín de sugerencias que lleva pegadas históricamente y que emergen en forma de signo central de nuestro tiempo.

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